El canon y la novela
Lo he discutido muchas veces con alumnos y profesores: aunque el canon literario esté en permanente cuestionamiento, su validez pedagógica y cultural es infinita e imprescindible. No me ha llevado demasiado llegar a esta conclusión: cuando acabé mis estudios filológicos ya estaba convencido. Recientes lecturas, sobre todo un excelente libro de Jordi Llovet sobre su trayectoria universitaria, han reavivado en mí el interés por la defensa de la recuperación dentro de los estudios de Lenguas y Literaturas (la Filología ha desaparecido por obra y gracia de Bolonia) de la Literatura Universal y el canon.
En estas estábamos cuando llegué a la página 478 del libro que les propongo esta semana, “El desguace de la tradición” de Javier Aparicio Maydeu. Y allí leo cómo T.S. Eliot y el autor ilustran mi visión acerca de la narrativa actual y sus relaciones con la pasada: “no es posible reconocer el talento sin conocer antes la tradición […] Si un lector lee a Cela puede pensar que “tiene mucho talento”. Pero si ese mismo lector viene de leer a William Faulkner…”. He aquí unos puntos suspensivos muy elocuentes (¿se nota que no soy demasiado amante de Cela?). ¿Hasta dónde llega el talento del autor y hasta dónde su relación con los escritores canónicos? ¿Puede ser buen escritor y tener talento alguien que no lea a los clásicos? ¿Sirven estas distinciones para arrumbar buena parte de lo que se publica en estos momentos y etiquetarlo bajo el ciertamente ignominioso remoquete de “paraliteratura”?
Esta columna tiene una determinada extensión y está construida para formular preguntas, no para contestarlas de la manera que sería necesario. Para eso les invito a que se pasen por el blog de un servidor que hay en la web.
Canon, tradición, autoridad… ¿pero el libro no se titula precisamente “El desguace de la tradición”? Comencemos diciendo que el subtítulo (“En el taller de la narrativa del siglo XX”) es mucho más ilustrativo aunque no impacte tanto. Aparicio se refiere con “tradición” a la novela decimonónica, de autores omniscientes que llevaban de la mano a su lector a través de las tribulaciones de la mente –femenina sobre todo– y de poblaciones como la Vetusta de Clarín. No es ninguna novedad afirmar que esa manera de novelar es arrollada en el siglo XX por diferentes personalidades literarias, todas ellas de un peso abrumador –Kafka, Proust, Joyce, Mann, Musil por citar a unos pocos–. Aparicio repasa en esta obra esta nueva tradición y la lleva más allá del límite “sacrosanto” de los años 70, para introducirse en los últimos capítulos en una postmodernidad en la que siempre es difícil bucear sin perder la perspectiva crítica.
La estructura de la obra es quizás lo más logrado. Las opiniones a las que me he referido y lo que se dice de cada uno de los autores comentados no es más (ni menos) que el producto de una buena lectura de las obras citadas y de la revisión exhaustiva de la bibliografía sobre novelística del XX, a veces con menos referencias a autores como Darío Villanueva o Pozuelo Yvancos de lo que sería menester. Pero el cómo es verdaderamente sorprendente.
Para empezar, el libro tiene aire de curso universitario: dividido en quince lecciones (las mismas que semanas tiene un cuatrimestre) y con las típicas convenciones retóricas que involucran más a un espectador que a un lector. Recurso de alto efectismo es la introducción de una gran cantidad de citas antes de cada uno de los capítulos, ilustrativas de lo que en él se cuenta. Y, consciente de la dificultad de lectura de muchas de las obras de las que se habla, el autor incluye un enorme “Apéndice A” en el que se seleccionan 121 fragmentos de novelas del siglo XX, selección lo suficientemente amplia para que no se escape nada fundamental de la renovación de la novela del XX y muestra del canon de la novela en ese siglo. Canon básico para entender el presente y el futuro. Un presente y un futuro iluminados por un buen libro como este.
13 de julio 2011 at 15:41
Narrador omnisciente / autor implícito. A menos que estemos pensando en cosas diferentes.
Por cierto, ¿qué diferencia hay entre el libro que hoy nos recomienda a sus habituales lectores y esos librillos del tipo “1001 libros cuyo título hay que conocer para quedar bien en una cena con Darío Villanueva”? Y que conste que esta pregunta la hago para que se despache a gusto conmigo a cambio de mi corrección inicial.
14 de julio 2011 at 9:28
Perdón por el retraso en la respuesta, el autor y administrador de este blog está adelantando trabajo de cara a un ocupado verano.
En primer lugar, narradores omniscientes. Como estos artículos van dirigidos al “gran” público me he permitido la licencia de confundir uno y otro. Valga por tanto su corrección. Me doy por castigado y si hace falta sostendré durante una hora dos tomos de la Espasa con los brazos en cruz.
Con respecto a la segunda cuestión, la diferencia entre libros como el de Aparicio Maydeu y el coordinado (en España) por JC Mainer estriba por un lado en el rigor de la selección y por otro en el nivel de la crítica. En cuanto a la selección de los 1001 (y sigo este ejemplo por ser el nombrado por vuecelencia y no por ser particularmente denigrante para lo literario, que lo es) bajo el epígrafe “libros” se esconde un olvido innecesario de poesía y teatro en favor de la novela, y en particular de mucha novela fácil de digerir y de encontrarse en librerías. Aparicio tiene claro el canon de la novela y su selección de fragmentos es casi intachable. Por último, Aparicio tiene buenas fuentes (que no siempre cita correctamente) y las usa en su provecho crítico, con artículos dirigidos a especialistas. Los 1001 son (malos) libros de divulgación.
Saludos, J.