Poesía del Aleph

Si la pasada semana les comentaba que la palabra “distopía” no se encuentra en el diccionario de la RAE y que me dispongo a patrocinarla, esta semana les ofrezco otra palabra huérfana. Se trata de “serendipia”, proviene del inglés y hace referencia a los hallazgos o coincidencias poco habituales que se dan en la vida diaria, en algunas ocasiones francamente sorprendentes. En la preparación de esta crítica me he encontrado yo con una. Leía el poema “Quince monedas” de Jorge Luis Borges, dedicado a Alicia Jurado. Recordé que se cumplían veinticinco años de la muerte del grandísimo escritor argentino pero lo que no tenía en la cabeza era el día exacto en el que se cumplía la efeméride. A falta de Espasa, Google. Lo primero que salió, la fecha buscada (14 de junio). Lo segundo… el anuncio de la muerte a los 88 años de Alicia Jurado, receptora del poema que leía en ese momento y una de las últimas supervivientes del círculo que Borges formó a su alrededor en la Argentina. Curiosos frutos de la mezcla entre la lectura y la sociedad de la información.

Con motivo de la cifra redonda a la que he hecho referencia se ha producido una avalancha de publicaciones del genio bonaerense. A falta de unas obras completas que la editorial Emecé agotó hace años (creo que la editorial ya ni siquiera existe como tal) pienso que lo más interesante por relativamente desconocido es la edición de “Poesía completa” que ha visto la luz en la Editorial Lumen, siempre atenta a proporcionar buen alimento al degustador de poesía.

Resulta curioso lo que ha sucedido con Borges. La inmensa mayoría de los lectores lo recuerdan gracias a sus cuentos, y he de decir que con todo merecimiento. Se podrían escribir tesis doctorales solo analizando las preferencias de grandes escritores por uno u otro (yo me quedo con “Pierre Menard” y “Tlon, Uqbar, Orbis Tertius”). Solo unos pocos saben que los cuentos fueron una actividad subsidiaria en la obra borgiana. Cuando comenzó a escribirlos ya era un hombre famoso, sobre todo en el mundo de habla hispana, por su poesía y su defensa del Ultraísmo, llevada a cabo en el Madrid de esos ingenios peculiares que fueron Rafael Cansinos-Assens (el mayor traductor que yo conozco) y Ramón Gómez de la Serna. Podría decirse incluso que las fantasías narrativas se posesionaron de un cuerpo de poeta a raíz de un terrible accidente con una ventana que le provocó una grave enfermedad (véase el cuento “El Sur”).

La poesía de Borges ha tenido, en cierto modo, tan mala suerte, que muchos conocen más frases o actitudes inseridas en los paratextos que las mismas poesías. Para muestra, la conocida sentencia del “Prólogo” a “La moneda de hierro”: “Me sé del todo indigno de opinar en materia política, pero tal vez me sea perdonado añadir que descreo de la democracia, ese curioso abuso de la estadística”. Pues no, no le fue perdonado. Tres meses antes Videla había tomado el poder en Argentina. Se dice que tal declaración le costó el Nobel que caería después en manos de García Márquez.

Burla burlando estamos el tramo final y poco hemos dicho de la poesía borgiana. A mí se me aparecen sus poemas como si Borges hubiese tenido unos segundos para mirar a través del Aleph de su cuento y retener en la memoria conocimientos e influencias. Contrasta fuertemente su poesía inicial, anclada en un Buenos Aires mitificado, a veces con aire de potrero, en el que solamente se oyen voces lunfardas, con la de su senectud, que ha absorbido de manera total las culturas europeas e, incluso, orientales. Si seguimos su recomendación en el “Prólogo” a esta edición podemos quedarnos con algunas poesías como “Everness” o “El Golem”. Sería un error, pues dejaríamos pasar imágenes obsesionantes como las del tigre, el laberinto, el espejo o la ceguera (mis preferidas son todas aquellas que comparan la situación de Borges con la de mi idolatrado John Milton), un manejo formal del soneto y de estrofas más extrañas como el haiku verdaderamente maestras y, sobre todo, una obra de sentido integral que, veinticinco años después, conserva todo su sentido y claridad. A través de este Aleph podemos ver mucha calidad artística.

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