En la periferia y en el centro

Como pertenecientes a una cultura periférica respecto a una fuerte cultura central, se nos debería suponer a los miembros del “stablishment” cultural gallego una cierta identificación con los escritores e intelectuales de otras culturas periféricas, como la catalana. Si nos tomamos el asunto un poco a chacota, sería una buena correspondencia al hecho de que fuera un parlamentario de ERC el primero en usar nuestro idioma cuando se pudo utilizar de manera reglamentaria en el Senado o de que el mismo Carod-Rovira hable gallego relativamente mejor que Pérez Touriño. El caso es que en Galicia no nos interesamos demasiado por Cataluña, si bien es cierto que por lo menos aquí parecen no concentrarse demasiado los odios que en el resto de la “piel de toro” se despiertan por la nación que ha prohibido los toros en su capital, exige un régimen económico especial, aprueba estatutos polémicos y alberga en su seno a un equipo de fútbol que gana (lo que como siempre lo convierte en odioso para determinados sectores de población).

Por suerte no estamos aquí para analizar la tirante relación entre Galicia, España y Cataluña sino para constatar el valor de la literatura, y en particular la poesía, catalanas. Un valor que ha sabido recoger a la perfección el profesor cordobés Carlos Clementson para recopilar en la Editorial Eneida una antología de las mejores piezas poéticas de este país durante toda su historia. La trayectoria de Clementson viene avalada por el éxito de su “Alma minha gentil”, una antología de la poesía portuguesa que ha alcanzado una merecida fama por el rigor en el estudio y la habilidad en la selección y la traducción.

La trayectoria de la poesía catalana no será extraña para todos aquellos que hayan estudiado literatura gallega: esplendor medieval e incluso tardomedieval (menor que el de la poesía galego-portuguesa por la competencia del provenzal), siglos oscuros durante la época de desarrollo del Imperio Español, Renacimiento decimonónico y consolidación durante el siglo XX. Por esta distribución tripartita (los siglos oscuros no dan ninguna producción relevante) y su reflejo en la obra podemos hacer una pequeña crítica al antólogo: en una “antología general” el equilibrio secular debería estar más logrado. Por ejemplo, se antojan demasiado escasos los tres poemas presentados de Verdaguer en comparación con los presentados de un autor como Pere Rovira, todavía sujeto al embate y la consideración de los críticos. Lo mismo se podría decir del tratamiento de Ausias March.

La obra se divide en dos partes claramente diferenciadas: un estudio autor por autor que abarca prácticamente la mitad de lo escrito y la selección de poetas que abarca la otra mitad, con el ya comentado predominio de autores del siglo XX. Y aunque no lo comparta, puedo decir que lo entiendo. Es difícil sustraerse a la tentación de presentar a muchos lectores a poetas como Joan Maragall, Josep Carner, Carles Riba, Mariá Manent o J. V. Foix. Todos ellos son enormes poetas que además cumplen con el canon ideal del intelectual: comprometidos con su tierra, abiertos a las influencias internacionales (la mayor parte de ellos, con especial mención a Manent, fueron excelentes traductores, con lo que eso supone para el prestigio literario y la profundidad cultural de su literatura), conscientes de su papel histórico-literario y, sobre todo, capaces de vivir el acto creador de manera estéticamente plena.

También incluidos en la antología pero con un carácter netamente distinto son dos poetas con los que me gustaría concluir. El primero, Salvat-Papasseit, es el mayor poeta futurista de la Península; su corta vida no le impidió honrar a la tecnología naciente con un fervor poético maravilloso. El segundo, Miquel Martí i Pol, fue musicado por Lluis Llach y quizás por ello es el preferido de una generación de catalanes. Como Manuel María, ha llegado al pueblo. Y sus sonoridades populares se acercan mucho al gallego. Les dejo una traducción en el blog de “El Progreso”. Verán lo maravilloso de una poesía central aunque esté en la periferia.

PD: Una anotación a la entrada de hace dos semanas, sobre la I Guerra Mundial. En ella anunciábamos la cercana muerte de Claude Choules, el último soldado vivo. Se produjo la semana pasada. La memoria ha muerto. Solo queda el libro.

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