Vicios (pequeño tratado)
Mis relaciones con la religión son complicadas en lo personal. Ya se lo he dicho a ustedes alguna vez (una columna es un buen lugar donde desnudarse un poco). Sin embargo son excelentes en lo intelectual. Me gusta leer sobre religión (recuerden el libro de Diarmaid MacCulloch, ahora que se acercan las Navidades) y tengo gran respeto por los teólogos. De entre estos, por método e influencia, me quedo con Tomás de Aquino. Me gusta por ser capaz de retomar la filosofía aristotélica, por abrirse a la influencia islámica cuando la cultura de un Averroes era una isla de sabiduría en medio de la barbarie europea y por la sistematicidad de sus investigaciones. Quizás por eso guardo en lugar privilegiado los cinco tomos de la edición española de la “Suma de teología”, aunque no pueda frecuentarlos lo suficiente.
Dice Tomás de Aquino que las tres causas internas del mal son la ignorancia, la pasión y la malicia. En estas coordenadas, el panorama no parece muy halagüeño: el dominio de lo malo si esto es cierto será creciente hasta convertirse en una tiranía. Lo cita José Antonio Marina en su “Pequeño tratado de los grandes vicios”, recientemente publicado por la editorial Anagrama. Un libro que oculta en su título, quizás por impopular, la referencia a los pecados capitales que en realidad estructuran el cuerpo principal de la obra.
José Antonio Marina se encuentra en estos momentos en los altares de la divulgación española junto a Eduardo Punset, pero con dos claras desventajas respecto a este. La primera, que la existencia de la plataforma del programa “Redes” da una dimensión al catalán mucho mayor. La segunda, y más importante, tiene que ver con la habilidad de Punset para hacer comprensible y vívido incluso lo realmente complejo. Esto es algo que Marina no consigue en algunas de sus obras, por ejemplo en esta. Así que si buscan un libro de sencilla lectura en el que aprendan algo sobre los pecados capitales más serio que la película “Seven” (salvo por Morgan Freeman) y menos cargante que una jeremiada de cualquier teólogo, no van a buen sitio.
Lo que puede suceder es que ustedes estén interesados en la Filosofía y la Religión y no tengan mucho tiempo para trabajar sobre ello. En ese caso, la obra de Marina supondrá un placer lector de primer nivel. Y aún no hemos caído tan bajo como para que hayan desaparecido filósofos y teólogos aficionados. En la primera parte, el polígrafo toledano hace una exposición razonada sobre el Mal, sus raíces y sus formas. En la segunda, investiga los siete pecados capitales siguiendo una jerarquía que va de lo teóricamente más grave (la soberbia, pecado original del ser humano en las concepciones judeocristianas) hasta lo más leve, la pereza, que roza según otros investigadores a la misma virtud.
La forma de escribir de Marina puede tener adeptos. Su forma de escribir estos tratados, algunos menos. Abundan los conceptos de filosofía griega, como el de “anábasis”, de difícil traslado al sistema de valores occidental (Jaeger escribió un enorme libro sobre la “paideia” y no fue capaz de explicar de manera convincente el mismo concepto); también hay profusión de referencias que son difíciles de ubicar hasta para un ganador del concurso “Saber y Ganar” (creo que a Evagrio Pontico no lo conoce ni Ángel Vaqueiro, fíjense lo que les digo); incluso la bibliografía que se incluye al final ofrece una gran cantidad de referencias interesantes pero de cierta complejidad intelectual.
Llegados a este punto, creo que todavía no he dejado claro por qué tienen que leer este libro. Me parece básico para conformar lo que podemos denominar sistema de valores. Como no es un libro dirigido a adolescentes, serán los adultos los que tengan que evaluar su contenido y transmitir ciertos valores, que tienen una base histórica y filosófica que Marina analiza de manera muy convincente. Los siete pecados (o vicios) capitales no están muy de moda. Los niños los aprenden en las catequesis y después no son capaces de recordarlos o siquiera recitarlos (claro, que si la mayor parte de ellos no son capaces de decir los presidentes de la democracia española, tampoco les vamos a pedir mucho). Algunos, como la lujuria, parecen atraer de manera descarada a muchas personas (lo reconozco: por ahí cae un servidor). En otros se ha llegado al extremo retorcimiento: ¿qué es más pecado? ¿la gula o la anorexia? ¿no sería más adecuado despenalizar ambas por ser enfermedades? En todo caso, existen unos “mínimos morales” que cumplir. Y es necesario conocer el mal. Marina nos enseña una de sus caras.