Histórico de marzo de 2013

33 wins. Una perspectiva histórica

Martes 26 de marzo de 2013

Me van a permitir que cambie de idioma por un día y que deje los libros para hablar de mi otra pasión, el baloncesto, desde un punto de vista histórico. El domingo volveremos a la literatura y les prometo que esto no se repetirá salvo en momentos estrictamente necesarios.

Los Miami Heat luchan en este momento por igualar la racha de victorias más asombrosa de la historia del deporte mundial de alto nivel. Superarían así al equipo de Los Angeles Lakers que consiguió 33 victorias consecutivas en la temporada 71-72. El récord parecía todavía más estable que las 72 victorias en temporada regular obtenido por los Chicago Bulls.

Este post del blog nace para argumentar mi visión sobre estas rachas y para hacer algo de historia. El instigador es Iker Sagasti, colega de una tarde en Donosti devenido en amigo cibernético gracias a la pasión por el baloncesto.

En primer lugar, contextualicemos ambas rachas.

LOS ANGELES, 1971

Elgin Baylor tiene problemas de rodilla y decide retirarse en el noveno partido de la temporada. Promedia 11 puntos y 6 rebotes, pero no está al nivel de su leyenda. En el décimo, comienza la racha victoriosa. En cualquier caso, los Lakers tienen un núcleo veterano, con talento y experiencia, con Jerry West, Gail Goodrich y Wilt Chamberlain como estrellas y Jim McMillian, Happy Hairston o Pat Riley como secundarios de lujo. Chamberlain ha entendido que sus opciones de sumar el anillo pasan por asumir menos lanzamientos a canasta. En el banquillo, Bill Sharman revoluciona la manera de entrenar: sesiones de tiro, entrenamientos específicos, tácticas subordinadas a planificaciones estratégicas, control psicológico de Wilt…

Y los rivales… ¿qué sucedía con los rivales? Estamos en la época más convulsa de la historia de la NBA a nivel societario. La ABA, creada cuatro años antes, reúne a once equipos y recluta a jugadores como Artis Gilmore (MVP y Rookie del año), Dan Issel, Julius Erving, George McGinnis y, sobre todo en estos inicios de los 70, Rick Barry. La NBA, un año antes, se había expandido con la inclusión de Portland Trail Blazers, Buffalo Braves y Cleveland Cavaliers, con la correspondiente dispersión de talento. Con los tiránicos Celtics en plena transición, rozando el 50% y esperando al crecimiento del novato Dave Cowens y el sophomore Jo Jo White, Kareem Abdul-Jabbar ejerce de “alpha dog” en la Liga en 1971. El estatus se mantiene al año siguiente, con unos Celtics ya recuperados y en 56 victorias. Su ascenso coincide con el descenso de unos Knicks lastrados por la lesión de Willis Reed, que solo juega 11 partidos.

El resultado: la mayor racha de victorias en el deporte profesional estadounidense a día de hoy. Los Lakers comienzan a ganar contra los Baltimore Bullets el día 5 de noviembre. El día 7 de noviembre ganan con dificultades a los Knicks en el primer partido sin Reed. El 21 de noviembre, en el partido 11, sobreviven a Kareem (39 puntos) y sus Bucks, a los que igualan con 17-3 en la cabeza de la NBA. Los Rockets, con Elvin Hayes, son oponentes duros en dos ocasiones: en el partido 18 los angelinos necesitan 42 puntos de Goodrich para imponerse en tierras tejanas. El 10 de diciembre está a punto de quebrarse la racha: prórroga contra los Suns de Connie Hawkins en casa, tras una gran remontada en el cuarto final de los de Arizona. Los Lakers no volverán a sufrir realmente hasta el mismo día de su caída. En la victoria 31 las víctimas son los Celtics, que caen por quince al final del tercer cuarto, con 40 de Goodrich. La aparente prueba de fuego para seguir la racha es la visita a Milwaukee. Kareem Abdul-Jabbar repite los 39 puntos de un par de meses antes y los Bucks ganan con holgura. Es el día 7 de enero de 1972.

MIAMI, 2013

Tras haber conseguido el anillo en la temporada anterior, los Heat buscan el back-to-back de la mano del jugador que va camino de crear una nueva posición en el baloncesto: U. De “universal”, obviamente: LeBron James. Al roster campeón hay que sumarle dos especialistas de lujo: Ray Allen y “Birdman” Andersen. Como los Lakers de 1971, el equipo tiene un núcleo con tres estrellas (James, Wade y Bosh) acompañadas de unos secundarios importantes.

Y los rivales… bien, digamos que la acumulación de talento de Miami en una Liga tan dispersa en cuanto a franquicias resulta, a mi modo de ver, un tanto anacrónica.

Los grandes equipos, históricamente, conseguían a sus estrellas a través del draft (Cousy-Russell, West-Goodrich, Alcindor-Dandridge, Bird-McHale, Magic-Worthy, Jordan-Pippen, Robinson-Duncan). La imposición de la “Stepien Rule” (Ted Stepien debería tener su camiseta retirada en todas las canchas NBA por sus servicios a la Liga y al management creativo) acabó con la posibilidad de que las franquicias mejor clasificadas obtuviesen altas elecciones de draft. Las sucesivas expansiones y el límite salarial hicieron el resto, nivelando el talento que se podía llegar a reunir en una misma franquicia vía traspasos.

¿Y cómo ha llegado Miami Heat a reunir el talento actual? Gracias a una política salarial adecuada que le permitió ser competitivo en un mercado de “agentes libres” salvaje, a tener un buen mercado… Y a una decisión insólita en la historia de la NBA. Cuando LeBron James anunció su incorporación a los Miami Heat, se convirtió en el primer “alpha dog” que abandonaba su equipo para fichar por otro en el que ya había un jugador campeón. Ni el traspaso de Wilt Chamberlain en 1968 ni el de Moses Malone en 1982 pueden compararse, dado que ni West ni Erving (y sus respectivos “supporting casts”) habían tocado la gloria. Solamente la llegada de Oscar Robertson a los Bucks para acompañar a un Kareem que iba a ganar sí o sí admite el símil. Claro que la peculiar personalidad de “The Big O” podría ayudar a entender el asunto.

Y los rivales… Los Lakers tenían una especie de salvaje Oeste a las puertas: los Bucks con 63 victorias, los Bulls con 57 y los Warriors (sin Barry pero con Thurmond) con 51. En el Este, solo los Celtics con 56 victorias finales parecían poder oponer resistencia. Los Heat no encuentran rivales a esa altura en la temporada del “torn ACL”: con Rondo en 38 partidos, Granger en 15 (siendo optimistas) y Derrick Rose “out for the season”, los más cualificados rivales se han visto seriamente mermados. Por otro lado, sus partidos contra equipos como Thunder, Clippers o Grizzlies, con buen record y jugadores sanos, no dejan lugar a dudas del grandioso nivel de competitividad del conjunto de Florida. El 31 de marzo parece que será el día de la bestia: visita a San Antonio en gira por el Oeste.

CONCLUSIONES

Me he dado cuenta de que llevo tres párrafos criticando a LeBron James y sus Heat. Así que vamos a corregirlo inmediatamente. Suscribo la opinión de Iñako Díaz-Guerra: en unos años alguien lo cortará sin querer y se descubrirá que es un cyborg especialmente programado para jugar al baloncesto. No se puede explicar de otra manera el hecho de que un hombre reúna el cuerpo de Karl Malone, las habilidades anotadoras de Bernard King, los fundamentos defensivos de Scottie Pippen, la plasticidad matadora de Dominique Wilkins y los talentos para pasar de Dennis Johnson. Un tipo que aún está desarrollando su juego de poste bajo y su tiro de tres puntos, aunque su porcentaje de acierto es el 15º entre los jugadores que lanzan tantos triples como él. Como he visto a Michael Jordan no puedo decir que King James sea el mejor jugador que he visto nunca. Sí es el más completo (sí, más que Magic) y hay cosas que le he visto hacer en esta racha que no se las vi ni al mismo MJ. Es el icono de esta racha y va camino de ser un top-10 histórico antes de los 30.

¿Y el resto de los Heat? Bueno, ahí disiento de mi buen amigo Iker. Un equipo ganador con un jugador superlativo y algunos otros excelentes. ¿Un juego de leyenda? Creo que faltan varios pasos. Para empezar, la configuración del equipo, con claro predominio exterior incluso en los jugadores interiores, impide ver un juego de poste complejo, lo que resta riqueza táctica. Es un equipo que no juega demasiadas posesiones (22) y ni demasiado juego de pase (9º en asistencias). Mi sensación estética, más allá de números: es un equipo aplastante, un mastodonte. Pero no deja, por ahora, la belleza ni de lo colectivo ni de lo épico. Todavía me quedo con los Blazers de Walton, los Sixers del Dr. J, los Lakers de Magic, los Celtics de Bird, los Bulls de Jordan y hasta los Lakers de O´Neal en sus series contra Kings y Spurs de hace diez años.

*******

Nada más triste que un titán que llora

Hombre-Montaña encadenado a un lirio

Rubén Darío

He aquí la respuesta de Iker Sagasti: http://blogs.diariovasco.com/puertaatras/2013/03/27/calor-historico/

Y, como añadido necesariamente breve, una pregunta: ¿prefigura el juego de los Heat una nueva era en la NBA? La clave, en el texto del periodista de El Diario Vasco, en la cita del inmortal poeta nicaragüense y en el concepto de “paradigma” tal y como lo desarrolló Thomas S. Kuhn en “La estructura de las revoluciones científicas”.

El paradigma es un conjunto de prácticas y creencias que, durante un determinado lapso de tiempo, articulan el desarrollo de una disciplina. Originalmente aplicado a las Ciencias Físicas por Kuhn, el concepto ha extendido su radio de acción a los campos de las Ciencias Humanas y no encuentro demasiado problemas en aplicarlo al tema que nos compete.

El paradigma del baloncesto NBA en cuanto a prácticas solo ha cambiado sustancialmente en dos ocasiones en la historia: cuando Danny Biasone introdujo el reloj de posesión y cuando se copió de la ABA la línea de tres puntos. Tiempo y puntuación, las coordenadas esenciales.

Lo de las creencias es otro cantar. Los pequeños cambios han sido numerosos. Y al cabo del tiempo, solo una creencia se ha mantenido incólume: el juego lo dominan los grandes center. En la serie citada por Iker Sagasti. Solo Jordan escapó a este fenómeno…

… Y ahora James. Yo me pregunto: ¿son los Heat no solo un equipo victorioso, no solo un equipo espectacular, no solo una “deliciosa apisonadora”, sino el más eximio ejemplo del juego que nos espera tras la extinción de los “Hombre-Montaña”? Tras la primera retirada de His Airness, el campo quedó libre para Olajuwon, Ewing, Robinson y O´Neal. Tras la segunda, fue el momento de Duncan y Shaq, de nuevo.

¿Y ahora? Si James impactase al mundo con su marcha, el cetro pasaría a manos de Durant, indiscutiblemente. Con Dwight Howard como único interior de referencia con calidad contrastada de finalista, los demás aspirantes pasean sus esculturales cuerpos por los reinos del Aire o lejos de los dominios de la pintura. Destrozados Oden y Bynum por su fragilidad física, el salto entre los Sanders, Monroe o Drummond y los pívots del pasado parece abismal.

Tendremos que mirar con nuevos ojos. Porque, utilizando el símil bíblico, los Heat (me disculparán el incorrecto uso del determinante plural) parecen estar vertiendo vino nuevo en odres viejos. Y, para aquellos que solo conozcan el vino en botella, les diré que eso hace que el odre se rompa.

O reto imposíbel

Lunes 25 de marzo de 2013

Todos fomos nenos e moitos aínda o somos en certas cousas. En moitas ocasións, costa pensar en certos personaxes históricos coma bebés ou rapaciños. Napoleón xogando coa neve, o señorito Churchill da familia Malborough, Maria Sklodowska recibindo ensinanzas do seu pai e profesor, ata aí ben. Pero… ¿foi Moshe Dayan neno algunha vez? E, sobre todo, ¿como era Hitler cando ía á escola na fronteira austriaca e alemana? Pensar en Hitler facendo feliz aos seus pais, xogando coa neve, dedicado ás falcatruadas ou bañándose nos ríos de preto de Braunau resulta, alomenos, turbador. Parafraseando a Nietzsche, é facelo humano, demasiado humano.

Ron Rosenbaum acometeu a mediados dos oitenta a tarefa de “Explicar a Hitler”. Precisou dez anos para completar o seu traballo, que agora, cun atraso verdadeiramente sorprendente, é publicado en España pola editorial RBA. O libro está construido sobre dúas bases metodolóxicas: a investigación documental, en moitas ocasións sobre o terreo, e as entrevistas cos meirandes protagonistas da investigación sobre Adolf Hitler entre o final da Guerra e mediados dos anos noventa. En realidade, o lector informado só botará de menos a Ian Kershaw, o autor da monumental biografía en dous tomos que agora mesmo está considerada como canónica en moitos aspectos.

No seu momento, a oportunidade da obra era indiscutíbel: a bioloxía estaba a piques de esgotar as posibilidades de xuntar os testimonios de Lucy Dawidowicz (morta en 1990), Trevor-Roper (2003), Emil Fackenheim (2003) ou Alan Bullock (2004). Por outra banda, a explosión de estudos dotados de perspectiva e un certo monumentalismo –comezando polo documental de nove horas e media “Shoah” (1985) e rematando por “Los verdugos voluntarios de Hitler” de Daniel Jonah Goldhagen (1996)– facían verdadeiramente interesante unha síntese con certo ton ecléctico. Pasados os anos, conserva unha fonda vitalidade, ancorada no carácter non perecedoiro das súas reflexións acerca do fenómeno da maldade.

Regresando ao anteriormente citado coma bases deste “Explicar a Hitler”, a tarefa de Rosenbaum no tema de documentación é excelente. Especial mención merece o seu esforzo para rescatar a tarefa dos xornalistas que combateron ao dictador dende o principio, alcumados colectivamente como “A cociña venenosa”. Nin sequera as testemuñas da época, coma Eugenio Xammar ou William Shirer, fixeron xustiza co traballo destes homes, que mesmo recorreron a recursos propios da prensa rosa (escándalos sexuais, en concreto) para tratar de deter o imparábel ascenso electoral do NSDAP. Os lentes ensangrentandos de Gerlich, enviados á súa viúva dende Dachau a modo de advertencia mafiosa, quedan como símbolo da integridade da profesión de xornalista, que Rosenbaum reivindica.

En canto aos testemuños dos grandes tótems da historia do nazismo, a súa lectura invita á confusión para o profano. E é que tentar explicar a Hitler é, en realidade, tentar explicar a raíz mesma da maldade. Para o lector español, as explicacións psicoanalíticas quedan un chisco artificiales. Todas elas parten de feitos non comprobábeis coma os traumas infantís, a monorquidia de Hitler, a súa presunta ascendencia xudea (que deu material para ducias de ficcións factuais, das que a miña preferida xa pasou por esta sección, o comic de Tezuka “Adolf”), a incidencia dun incesto tío-sobriña que non era precisamente infrecuente na época (lembremos que en media Europa reinan parentes en distinto grado da raíña Victoria) e a misteriosa morte/asasinato/suicidio (nunca chegou a aclararse) de Geli Raubal, sobriña e amante. A máis graciosa foi feita pola mesma “Cociña Velenosa”, baseándose no nariz de Hitler. Un anaco de lectura moi ameno, aínda que non creo que tivese costado nada agregar algún material gráfico e documental.

Trevor-Roper e Allan Bullock expoñen as súas coñecidas teorías: Hitler coma un saltimbanqui, un charlatán político convencido da súa propia rectitude; por outra banda, un Hitler mol e hábil, pero non un malvado absoluto e posuído. A primeira perspectiva, a de Lord Dacre, resulta especialmente turbadora para aqueles que presumen dunha ética baseada na coherencia interna das accións e rexeitan o kantismo ou os “minima moralia”. Malia ser puntos de referencia históricos, a aportación de ambos resulta demasiado ortodoxa.

E é que claro, a partires da metade da obra comezan a acumularse os testemuños máis abertamente polémicos, mesmo pasionais. O revisionismo de David Irving, que comezou achegándose ao círculo íntimo e rematou nun furibundo antisemitismo e á negación da existencia de cámaras de gas. A loita contra a teodicea de Yehuda Bauer, que asinarían Lactancio ou Voltaire, e o mandamento 614 da Mishná de Fackenheim. O equivalente á norma do exército americano coa homosexualidade, “Don´t ask, don´t tell”, de Claude Lanzmann, o director de “Shoah”, levado ao extremo de chegar a humillar publicamente a un supervivinte só por precisar explicacións ao horror. A polvareda que levantou Goldhagen co seu pragmatismo, traducido na obvia observación de que medio millón de verdugos non saíron de ningures, o que foi interpretado como unha exculpación intolerábel no canto de considerarse unha aportación equilibrada. E a sabia e póstuma conclusión de Lucy Dawidowicz: puido ser calquera, quizais Heydrich… pero foi Hitler.

E todo isto, coma o mesmo Rosenbaum remata por recoñecer, porque o seu libro o máis que pode facer é amosar as cousas, poñer sobre a mesa moitas posibilidades, en realidade moitos camiños que rematan cegados preto do final. O reto de explicar a Hitler satisfactoriamente é imposíbel porque sería como explicar de maneira unívoca a natureza humana. Non obstante, o intento de Ron Rosenbaum debería ser lido por calquera afeccionado á historia, a filosofía e, en particular, a todo o relacionado co nazismo. Sen acadar o cumio emocional da “Lista de Schindler” ou “Maus”, acada un grado de profundidade verdadeiramente estimábel. E ponnos, dende a mesma portada, ante un espello que nos devolve unha dura realidade: Hitler non foi un monstro senón un neno inocente. Dura realidade que impide ao lector, ao rematar a lectura, esquecer o fondo escuro da súa propia personalidade.

A semente de Draco

Lunes 25 de marzo de 2013

Moitos anos de trato cercano cos clásicos grecolatinos, literarios e filosóficos, fixeron que desenvolvese un certo gusto polas historias de autócratas. O meu favorito é Falaris, que atopou moi orixinal limpar de disidentes a Magna Grecia meténdoos nun touro de bronce ao que se lle prendía lume por baixo. O trebello estaba construído de xeito que os berros dos pobres condenados quedaban transformados en bruídos bovinos. Malia todo, para o caso que nos ocupa esta semana convén traer á memoria a Draco, lexislador ateniense que deu nome ás medidas draconianas a base de impor a pena de morte para delictos menores e a escravitude para todos aqueles que se endebedasen con alguén dunha clase social superior (de feito, todos aqueles que prestaban cartos).

O exemplo de Draco cundiu, non se pode negar. Non sempre con perxuízo para os seres humanos. Por exemplo, na peste de Londres de 1665, tan magnificamente relatada por Daniel Defoe, as autoridades tomaron a draconiana medida de liquidar a todos os gatos londinenses. Craso erro, tendo en conta que son o bicho máis axeitado para acabar coas ratas que transportan os vectores da enfermidade. Sen chegar a tales extremos gatunos, andamos dende hai un tempo inmersos en medidas deste tipo para saír da tan mentada crise, esa que era imprevisíbel segundo moitos.

Isto da imprevisibilidade dos desastres económicos lévame atrás ata 2003. Andaba eu na USC pasando os días de turbio en turbio cando decidín achegarme a unha conferencia do profesor Beiras, que por suposto non estaba demasiado publicitada e que non tiña lugar na miña facultade (evidentemente, non hai un só alumno de Humanidades interesado na Economía e na Política, é ben sabido). Tendo asistido a algún acto do agora líder parlamentar da AGE, xa sabía separar o gran da palla. E cando se puxo a falar do “Informe Lugano” de Susan George non me custou moito adivinar que alí había moito que aproveitar. De feito creo que fun bastante maleducado porque deixei a algún outro orador coa palabra na boca e marchei para a biblioteca.

A lectura do “Informe” deixoume pampo. No literario, polo seu magnífico uso da estratexia da “ficción factual”. No estilístico, pola habilidade de George para remedar unha especie de neolingua orwelliana adaptada aos tempos do capitalismo salvaxe. No ideolóxico, porque debuxaba un escenario pouco menos que apocalíptico nunha época na que semellantes chamadas urxentes tiñan un aire a lamentación xeremiaca. Sete anos e un chisco despois da publicación en España do “Informe Lugano”, todos vimos que pechar os ollos non significa ser cego. Agora Susan George publica “El Informe Lugano II”, traducido por Deusto. O camiño está feito pero non trillado e a fórmula segue a ser efectiva.

A ficción factual é o nome técnico que se lle dá aos relatos (novelas e ensaios, normalmente) aos que se incorpora un escenario plausible construído a partires de datos, neste caso estadísticos, reais. Un exemplo relativamente recente e ameno de boa novela na que se exercita o factualismo é “A conxura contra América” de Philip Roth. O factualismo, co seu toque especulativo, está moi presente na ciencia ficción dun Philip K. Dick e cada día na prensa deportiva. A versión popular en inglés, “What if…” adoito ten un espacio en monografías sobre deporte e resulta francamente entretido.

A proposta de George hai dez anos era desnudar as miserias do capitalismo por medio dunha enorme ironía, dunha salvaxe inversión das posicións ideolóxicas. Un comité de expertos reúnese para redactar un informe sobre a salvación do capitalismo. O tal informe resulta ser unha exposición detallada das miserias dun sistema que para poder sobrevivir precisa un profundo cambio ideolóxico, dado que está sostido no feito de que un 20% da poboación mundial vive na abundancia namentres o outro 80% está sometido aos rigores da pobreza, a fame e as catástrofes naturais. Xa que non é posíbel que o 20%, voluntariamente, renuncie a moitas das súas comodidades (a utopía waldeniana), o mellor, di o Informe, é establecer unha ERP para o 80% restante. Que é unha ERP? Aquí entra a neolingua: unha “Estratexia de Redución de Poboación”. Ou sexa, deixar morrer xente para facer sostíbel o planeta. Nin Malthus, oigan.

Este “Informe Lugano II” non pode igualar o nivel de impacto do primeiro porque a expresión brutal do cinismo ten un efecto champán. Isto é, se comezas propoñendo aniquilar centos de millóns de persoas non podes agardar que unha proposta para liquidar a democracia xenere similares reaccións. Os autores do Informe, comprobada a súa eficiencia nos prognósticos e o nulo caso feito ás súas recomendacións, optan por orientarse nunha segunda parte ao duro traballo de desmontar a democracia, proceso que permitiría non só non acabar cos pobres e si mantelos ben afundidos na súa desgracia senón crear no Hemisferio Norte unha boa cantidade de pobres novos que non molestasen o crecemento desenfrenado do capitalismo.

Sen regodearse nos acertos, Susan George retoma o camiño da corrupción da linguaxe propoñendo esta vez a creación do MEN: o Modelo Económico (pódese substituír por Elitista) Neoliberal. Ata o momento, os ultraconservadores son peixes que nadan contra a corrente. Desenvolven a súa actividade no marco (por utilizar a expresión de Lakoff) ideolóxico xerado pola Revolución Francesa, o New Deal e a política do Estado de Benestar xenerada en Europa na posguerra. Todo isto, se George está no certo coa súa devastadora ironía, é unha espuria e ilusoria ficción que debe rematar para deixar paso ao regreso da humanidade ao seu estado natural: o do dominio das elites que desprezan mesmo os Dereitos Humanos.

Francamente, eu non son nada conspiranoico. Fai ben George en aclarar esta vez que todo o que escribe é ficción, que non hai por aí un Club Bilderberg con semellantes ideas exterminadoras. Non obstante, non podo evitar un calafrío ao pensar que non todas as falsificacións deste tipo son coma os famosos “Protocolos dos sabios de Sión”. Existen persoas ás que esta obra lles pode parecer un corolario tan perfecto ao seu sistema de pensamento coma un Necronomicon calquera. A semente de Draco pode dar uns froitos temibeis.

A comedia humana

Domingo 10 de marzo de 2013

Así coma a verdade está no viño, a sabedoría está nos libros. Esencialmente, que non exclusivamente. Como comprenderán vostedes, a crítica e o traballo non me deixan moito tempo para excursións televisivas, algo que non lamento moito tendo en conta que o aumento exponencial de canais de televisión coa chegada do dixital o que fixo foi multiplicar a cantidade de lixo e vísceras. Non obstante sempre hai un oco para o parte, “Os Simpsons” e mesmo “Modern Family”.

Para toda norma hai unha excepción. A nivel televisivo a excepción cultural chámase, sen andar con andrómenas, HBO, unha coñecida canle estadounidense de televisión por cable que deu pulo na década pasada á realización de series televisivas de altísima calidade en todos os aspectos. Aí Groucho tería fallado: se aparece “The Wire”, buque insignia a posteriori da canle, nunha pantalla e marchas para o cuarto a ler un libro, xa pode ser un libro bo. Dende logo, entre un best-seller típico da cultura pop e a vida filmada nas rúas de Baltimore, mellor quedar ante o televisor.

Unha compañeira da universidade díxome que tiña que ver “The Wire”. Simplemente, deume os mellores anacos de televisión da miña vida e dubido que outro programa poda chegar a satisfacerme máis. Así que, cando vin que se publicaba unha guía verdadeiramente completa, “The Wire. Toda la verdad”, non puiden evitar botarme a ela coma un lobo. Está escrita por Rafael Álvarez (neto de emigrantes galegos que buscaron fortuna na beira do río Patapsco) e supervisada polo xa lendario David Simon, antigo xornalista transformado en creador da mellor serie nunca escrita. Publica “Principal de los Libros”, editorial moi centrada na novela negra e policíaca que deu acubillo no seu momento a “Homicidio”, obra que inspirou a serie.

A guía é do mellor publicado no seu xénero e fai xustiza á súa fonte primaria. A extensión abonda para non deixar cabos soltos e o material gráfico é excepcional tanto na selección das imaxes como na súa calidade. ¿Que se se precisa ter visto a serie para gozar da obra? Evidentemente, resulta desexábel e ata podo dicir que sería un exceso ler primeiro e ver despois. Non obstante, Rafael Álvarez consegue mesturar con calidade o diacrónico (guías de cada capítulo e visións globais de cada unha das tempadas) co sincrónico (perfís de personaxes e actores, historias reais, entrevistas con protagonistas e mesmo algunha peza de gran calidade na que os protagonistas son aqueles que están tras as cámaras).

En calquera caso, é preciso poñer en previsión a espectador, lector e comprador. Do creador David Simon para abaixo, todos asumen e asumimos unha máxima: “que fodan ao lector medio” (lamento o exabrupto, pero as citas son as citas). Simon opina, e o que isto escribe apoia, que hai demasiada admiración pola cultura do espectáculo e que son moi escasas aquelas obras que concitan a un mesmo tempo calidade literaria e seguemento popular. Normalmente o que se merca ou le moito non é esteticamente apreciábel posto que, de selo, non vendería tanto. Controvertida opinión, sen dúbida, aínda que historicamente comprobábel.

O feito de que saia unha guía completa de “The Wire” semella pechar un círculo, facer que o televisivo retorne ao seu colo materno. Co costume de poñernos diante da caixa tonta, pasalo ben e non pensar moito, decote podemos esquecer, mesmo se somos espectadores á procura de alimento intelectual, o potencial narrativo da imaxe combinado coa posibilidade da narración en secuencias semanais que con facilidade poden ser lembradas. Mesmo os intermedios publicitarios son axeitados para os pequenos “cliffhanger” de moitas ficcións. En resumo, narrar para televisión pode ser unha aventura decimonónica.

E precisamente é na novela do XIX onde se ancora a serie de Baltimore. Unha nova “Comedia Humana” balzaquiana; parafraseando a Borges, un xardín con milleiros de sendeiros que se bifurcan; e, sobre todo, unha relectura da microhistoria americana en clave dickensiana, no reverso do soño americano que un día foi o soño británico da Revolución Industrial.

Contándolles todo isto ha parecer que a serie é coral, unha desas historias tipo “La Colmena” de Cela na que o caleidoscopio pode coa individualidade. Nada máis lonxe da miña intención: Simon deixa unha manchea de personaxes inesquecibeis que podemos coñecer mellor grazas aos detalles da guía. Ás veces con desmitificadores resultados. Un servidor, afeito a viaxar por longos corredores asubiando unha breve melodía coñecida como “The Farmer in the Dell” non podera ver igual a Omar (pronúnciese “Oumarr”), o lendario bandido de códigos kantianos aplicados ao estado de Maryland, homosexual e individuo illado na xungla urbana.

“The Wire” non foi un clásico ao instante. Tardou en penetrar nas mentes máis preclaras (un paradigma de cómo se chega a esta serie atópase na introducción á entrevista de Nick Hornby a David Simon que inclúe esta obra) e nunca chegou a entrar masivamente nos fogares. De feito, a súa emisión en España a nivel nacional está por facerse e a canle que a emitía en Galicia programou o derradeiro capítulo da primeira temporada para o 11 de xullo de 2010 ás 21:30 da noite. Lembran vostedes ónde estaban? Non? Agarden que lles boto unha man: diante da tele. Agardando por Iniesta sen sabelo.

Con este libro, imprescindíbel, ao seu carón, bótense a ver a serie ou prepárense a gozar aquilo que xa viviron. No primeiro caso, han ter moita sorte, pois evitarán a confusión que o profano ten durante os cinco ou seis primeiros capítulos, con todas as pezas do crebacabezas diseminadas en seis horas de vídeo. Desta maneira poderán deterse no detalle visual, na perfección do casting ou na magnífica banda sonora, encabezada pola sintonía “Way Down in the Hole”. No segundo, poderán ver como se funden nunha soa cidade a miseria material e moral. Porque o Baltimore da serie é ficticio. O Baltimore da guía é real como a vida mesma. E entrambas cidades hai un parecido que cuestiona o mesmo concepto de mímese aplicada á ficción. As series, como novelas-río do século XXI, invitan á reflexión sobre as fronteiras entre o documento e a ficción. O crítico, coma un Johnny Cash calquera, ten que camiñar pola liña.

As cousas do imperio

Lunes 4 de marzo de 2013

Xa hai un tempo que pasou por estas mesmas páxinas “Por el bien del Imperio”, a mellor obra de historia universal en español sobre o século XX tras a Segunda Guerra Mundial. Nela, o profesor Fontana demostraba con feitos o que se agochaba detrás do discurso estadounidense de defensa universal dos valores da liberdade e a democracia: unha actuación que por cada ben (España, segundo parece) fixo cen males (Guatemala, Chile, Camboia, Vietnam…). Todo en aras de rematar coa “pantasma vermella” que comezara a percorrer Europa alá por mediados do século XIX e coa extensión do “paraíso socialista” que instalara Lenin na Unión Soviética e que Stalin converteu nun inmenso arquipélago de gulags e miseria.

A caída dos americanos do pedestal está a transformar as visións da Guerra Fría que se viñan impoñendo dende a caída do Muro de Berlín. A historiadores ortodoxos como John Lewis Gaddis, tendentes a unha glorificación pouco menos que acrítica dos americanos, sobre todo nas súas últimas obras, comézanse a impoñer aqueles que defenden o neo-revisionismo, a postura de que non se pode actuar con maniqueísmo en guerras (aínda que sexan figuradas) nas que ambas partes son belixerantes. Mágoa que en moitas ocasións estas disquisicións históricas sexan enlamadas por acusacións políticas de groso calibre.

Unha boa demostración da forte vontade dos estadounidenses por impoñer non só unha democracia senón, máis ben, a súa democracia, foi a creación dunha “fronte cultural” paralela ás frontes política e militar durante a Guerra Fría, disputa caracterizada en xeral por non disputarse nin nos Estados Unidos nin na Unión Soviética. Os intentos de transformar a cultura europea por mediación da CIA e o “deus dólar” son obxecto da investigación de Frances Stonor Saunders no seu “La CIA y la Guerra Fría cultural”, publicado por vez primeira en 1999 e reeditado agora en España pola Editorial Debate.

O fin da Segunda Guerra Mundial deixou en Europa o campo libre para que a intelectualidade ideolóxicamente afín ao comunismo campara ao seu gusto. Os intelectuais filonazis foron purgados en primeira instancia, nalgún caso (Brasillach) mesmo fusilados; a intelectualidade xudea sobrevivinte xa tiña collido a porta en dirección aos Estados Unidos; Gran Bretaña permanecía en certa medida illada pola súa insularidade; e, tras o Telón de Aceiro que se extendía dende Stettin ata o Mediterráneo, comenzaba a caer o manto vermello do totalitarismo comunista. París, tres décadas despois, comezou a concentrar de novo a vida cultural europea baixo a héxida de Jean-Paul Sartre. Palmiro Togliatti e Feltrinelli dirixían o comunismo italiano cara unha victoria electoral que as potencias vencedoras nunca toleraron. Bertolt Brecht era o derradeiro alemán digno de ser escoitado.

Cando George Kennan enviou o “telegrama longo” abriu á porta para a contrapropaganda estadounidense en Europa. E esta propaganda foi canalizada a través da CIA (axencia que decote ten fama de desleixada, sobre todo pola súa actuación na Bahía de Cochinos), que desenvolveu unha febril actividade en diversos campos que Saunders documenta con grande exactitude e considerábel amenidade.

Xornais e revistas, conferencias, exposicións pictóricas ou convencións musicais. Todo caeu baixo a man dos axentes destinados en Europa, coordinados polo protagonista do libro, un Michael Josselson que non ten o oco destacado na historia de Europa que cecais merecería. A súa axetreada vida, infartos prematuros incluídos, é un eixo que vertebra a actuación doutros axentes coma o sibarita Nabokov e de personaxes dun prestixio indiscutido coma Bertrand Russell ou Isak Dinesen, e mesmo dalgúns que son considerados referencias espirituais ou ideolóxicas da esquerda. Foi o caso de Salvador de Madariaga, exiliado por Franco e cuxo discurso de entrada na RAE foi posposto durante corenta anos, ou de Arthur Schlesinger Jr., referencia dos historiadores de esquerdas estadounidenses grazas aos seus libros sobre a presidencia de Jackson e sobre os mil días de Camelot, a presidencia de JFK.

Especial interese gardan as páxinas dedicadas por Frances Saunders ao Comité de Actividades Antiamericanas, o xuízo aos Rosenberg e as súas derivadas europeas. Nunha época, a actual, na que as actividades que os Estados Unidos desenvolven en Guantánamo e outros lugares están a ser investigadas (aínda que non esculcadas con lupa, como debería ser) convén quitarlle po ao caso Rosenberg e a como os americanos (sic) arranxaron o tema para desvinculalo do anticomunismo de MacCarthy. Julius e Ethel Rosenberg non eran uns espías demasiado prominentes. De feito, limitáronse a trasladar aos comunistas a información que conseguira o irmán dela, maquinista nos Alamos. Os soviéticos non puideron sacar moito proveito da información porque Klaus Fuchs, un científico do Proxecto Manhattan, puxera xa nas súas mans todo o preciso para facer a bomba. En realidade, foron fritos na cadeira eléctrica por comunistas. E Saunders relata con boa feitura como a CIA desenvolveu unha operación de lavado de cara para evitar a entrada no martiroloxio da parella.

Claro que, todo isto, pode quedar un pouco sesudo de máis. Voulles contar unha razón máis práctica para ler o libro. A min encántame visitar museos e encántame a pintura figurativa. Dito de maneira máis contundente, Jackson Pollock sempre me pareceu un especialista en estrar pintura e Diego Rivera un muralista/pintor marabilloso. Pois ben: ¿que lles parecería saber que, segundo Saunders, o expresionismo abstracto foi unha trangallada (disculpen a franqueza) inventada e popularizada pola CIA para desacreditar artisticamente o realismo pictórico socialista? Interesante, ¿non si? Resulta que non podemos ver un bodegón nun museo por culpa da Axencia. É o que pasa ao mesturar política e cultura e Frances Saunders dános argumentos históricos para entendelo.

De mitos e outras lerias

Lunes 4 de marzo de 2013

Xa levan un tempo aturándome nestas páxinas pero penso que aínda non lles contei, de verdade, a que se dedica un crítico coma min para poder chegar a escribir o mesmo sobre política que sobre relixión. Cando era investigador literario eu dedicábame ao mito, que vén a ser ponte para analizar practicamente calquera tema ou disciplina. A miña tese doutoral, non finalizada aínda, trata sobre o mito e, máis en concreto, sobre os relatos míticos que envolven a Satanás.

Uns dos problemas metodolóxicos máis importantes que temos que afrontar os investigadores sobre o mito é o terminolóxico. Porque un “mito” son Messi, Marilyn, Prometeo e Nacho Vidal. Cada un no seu. E o uso da palabra para referirse a persoas soslaia o feito de que un mito é, fundamentalmente, un relato que ofrece unha explicación ben sobre a inexplicábel inmensidade do cosmos ben sobre os costumes dunha determinada tribo (recoñezan comigo: aínda non saímos do estado tribal).

A última vez que fun a sé deste xornal os compañeiros puxéronme na man “Los mitos de nuestro tiempo”, de Umberto Galimberti, e cunha ollada ao índice abondoume para saber que había materia para o análise. Puiden superar así as reticencias iniciais provocadas por unha portada un chisco extravagante, na que unha Kate Moss con porte de Venus de Milo toma unha postura de ioga, e polo feito de que, culturalmente, os italianos adoito son bastante chauvinistas. Os ensaios están pragados de referencias a investigadores transalpinos malia que, dende Giambattista Vico, só Croce pode reclamar certa presenza na Historia da Filosofía. Mesmo a imprescindíbel “Historia do pensamento filosófico e científico” de Reale e Antiseri, obra en tres volumes que recomendaba aos meus alumnos para desasnalos en todo aquilo que non eran letras puras, está contaminada por capítulos italianos en verdade innecesarios.

Umberto Galimberti é un fenomenólogo, o que se pode apreciar dende o mesmo principio da obra e, sobre todo, nun moi longo capítulo sobre a locura. Non sendo un mitólogo nin un teórico da literatura ou a cultura, o que sucede co seu uso da palabra mito non é moi difícil de adiviñar: unha bandeira de enganche comercial que abre a porta ao tratamento de estereotipos, enfermidades ou ideas, nunha mestura que contén moitas suxerencias interesantes pero moi pouco sobre mito. Imos deixalo en que titular un libro facendo referencia á Historia das Ideas ou a Arthur Lovejoy e Peter Watson non é moi comercial, e Galimberti pasa por ser en Italia, como di a solapa da cuberta, un autor de best-seller.

Ser un autor moi vendido, neste caso, non transformou ao interfecto nun escritor banal. “Los mitos de nuestro tiempo” repasa cuestións cardinais para a construción dunha alternativa filosófica nun mundo de baleiro cultural que camiña cara a extinción do etnocentrismo, eixo intrínseco da forma de pensar que occidente extendeu dende hai séculos. Con tal cantidade de materias encol da mesa, resulta comprensíbel un tratamento desigual. O apartado de “Mitos individuais”, que acolle estudos sobre o poder, a felicidade, a moda ou a intelixencia, está moi orientado cara a tendencias psicolóxicas contemporáneas. Na moda, por exemplo, hai moito Roland Barthes e moi pouca Kate Moss. Isto é, moita reflexión sobre como o vestido fai ao home, obviando o feito de que moitos distinguen (distinguimos) entre o vestido e o disfrace, e facemos un uso pragmático do vestido, que en esencia serve para taparse coma lles servía aos primeiros sapiens sapiens, e o disfrace que non fala da nosa identidade senón do noso rol.

Máis incomprensíbel resulta a defensa de Howard Gardner e a atención ás novas intelixencias, que colisiona estrondosamente cunha posterior reivindicación do valor da educación humanista, segundo Galimberti imprescindíbel para vivir sen conflitos cidadáns… e que está moi lonxe de poder ensinarse fomentando a intelixencia “sintética”, “creativa” ou “disciplinar”, eses milagres intelectivos que nalgunha parte do camiño na que eu me perdín sustituíron ao simple método de dar a ler bos libros e explicalos con mestría cando algo non se entenda.

Paradoxalmente, cando o autor abandona a súa Fenomenoloxía e disciplinas afines como a psicoloxía ou a psiquiatría, eliminando así de paso as características sutilezas semánticas e as referencias a Heidegger, a obra faise moito máis clara e atractiva, mesmo cun ton de manifesto desesperado nalgunha ocasión que non lle acae nada mal. É a parte de “Mitos colectivos”, pouco axeitado nome para os estereotipos e universais manexados polos intelectuais occidentais.

Nesta segunda metade desfilan fronte a nós os principais problemas das nosas sociedades e daquelas ás que oprimimos. Matino que, por ser italiano, Galimberti podería ter exemplificado o mito do crecemento facendo mención da crise económica europea, co seu paradigma de análise trazado a partires das similitudes co crac do 29. A súa elección é tan diferente coma acertada. En realidade o mito do crecemento non pode sosterse falando daqueles que decrecen dende a abundancia senón falando dos que nin sequera soñan con crecer porque toupan co muro do statu quo occidental. Aquí aparece Mohamed Yunus co seu Grameen Bank, que simboliza a economía coma instrumento para a mellora do home, non coma fin.

En realidade, nas partes que se refiren máis en concreto a asuntos monetarios atopamos de continuo o espírito de Henry David Thoreau: os mitos estudados son creacións ideoloxizadas por completo que sosteñen a posteriori unha enorme farsa, a de que sempre precisamos máis para realizarnos. En realidade, o morador de Walden facíanos ver que podiamos sinxelamente prescindir do superfluo. E para Galimberti moitas cousas poden ser obxectivamente etiquetadas dese xeito. A procura desesperada do benestar material conduce ao “homo occidentalis” a esquecer o valor da alteridade. Os capítulos finais, sobre guerra, terrorismo, seguridade e raza, xiran sobre o eixo da incapacidade manifesta dos europeos para satisfacer a un tempo os seus desexos materiais e respectar o feito de que para un home nada do humano debería de ser alleo.

Con pezas mal etiquetadas, redundancias que perxudican a unidade do discurso e opinións en ocasións discutibeis, Umberto Galimberti constrúe un relato sobre as feblezas e miserias do noso tempo. Aínda que as partes non sean harmoniosas, o todo ofrece un relato de cosmovisión comprometida que podería transformarse en mito. Só falta poñer por aí a un Epimeteo que abra a caixa de Pandora.