Histórico de julio de 2012

Racionales… o no

Martes 10 de julio de 2012

He estado revisando mis archivos y hace mucho tiempo que no les hablo de literatura, si por tal entendemos una escritura de carácter ficcional. El asunto merecería reflexión e incluso disculpa si hubiese algo decente que comentar en la novelística o la poesía actuales, pero tal y como está el patio es mucho más interesante seguir hablando sobre cuestiones diversas. Por ejemplo, la capacidad de las personas para tomar decisiones verdaderamente racionales.
Daniel Kahneman es psicólogo, o sea, de Letras (todavía no he sido capaz de identificarme con los itinerarios). Pero también es Premio Nobel de Economía, o sea, algo completamente identificado con los Números. Después de una vida dedicada a investigar, enseñar, participar en congresos y escribir artículos de esos que leen muchas menos personas que este pero que valen bastante más, decidió publicar “Pensar rápido, pensar despacio”, que ahora es traducido y publicado en la Editorial Debate. A Kahneman no le dieron el Nobel por hablar del valor del dinero, ni por sus logros macroeconómicos, ni por sacar al mundo de una crisis con soluciones milagrosas. Se lo dieron por analizar los procesos de toma de decisiones y cercionarse de que creer ser racional no implica serlo verdaderamente. Él se dio cuenta hace veinte años. Los economistas aún no se han dado cuenta hoy. El común de los mortales nos vamos acercando a la verdad desde 2008.
Dedicar más de quinientas páginas al tema de la racionalidad puede parecer aburrido. En realidad, se podría aducir que Kahneman no ha llegado mucho más lejos que mi abuela María: una cosa es intentar comportarse como un ser con dos dedos de frente y otra es conseguirlo. Modestamente, me atrevo a contradecir a tan insigne científico y proponer que lo de la racionalidad no es un problema de “tener o no tener” sino que puede ser planteado de manera gradual, sin alimentar así peligrosamente a aquellos que tienden a fiarlo todo, en sus decisiones, al azar.
Para no haber escrito nunca un libro divulgativo sino artículos para revistas como “Science”, Daniel Kahneman resulta sorprendentemente ameno. A eso le ayuda una vida profesional en la que ha buscado muchas ramas a la que aplicar un conocimiento, el de las decisiones, transversal como ningún otro. Ha trabajado haciendo estadísticas en el ejército de Israel (y tienen bastante interés sus reflexiones sobre la posibilidad de ser asesinado por un suicida en Jerusalén hace unos años y la reacción de los gobiernos israelís en tal circunstancia), no ha perdido el ojo al deporte (hay comentarios sobre “Moneyball”, adaptada al cine con Brad Pitt de protagonista) e incluso ha estudiado la incidencia en los trasplantes de órganos del hecho de poner o no poner casilla para autorizarlos.
Dicho esto, lo más interesante de su obra es ver la frialdad con la que analiza la estupidez humana. Aunque él no lo diga de esta manera, todos y en todas partes tendemos a ser “buenistas” y optimistas. Craso error. A nivel público, casos como el de la Cidade da Cultura se repiten por todo el mundo (Kahneman habla demoledoramente del Parlamento de Edimburgo). A nivel privado, las cosas no mejoran mucho: las personas tienen demasiada aversión al riesgo y “toman por su cuenta decisiones basadas en un optimismo ilusorio más que en una consideración racional de ganancias, pérdidas y probabilidades. Sobrestiman los beneficios y subestiman los costes. Construyen escenarios para el éxito mientras pasan por alto el potencial de errores”. Y así páginas y páginas. Y error tras error. Quizás no podemos escapar a nuestro destino.

De re politica

Martes 10 de julio de 2012

Estaba yo hace unos meses en Barcelona y la ola de frío inédita hizo que tuviese que recogerme en el hotel más de lo habitual. Si no poder disfrutar a gusto de la ciudad era algo malo, fue peor poner la televisión y encontrarme el discurso de Carme Chacón en el Congreso en el que se elegía al sucesor de Zapatero. Imaginé a Miguel Barroso a la busca de una cuerda y una viga que estuviesen a mano.
No sé qué estaría pensando en ese momento Luis Arroyo, Jefe de Gabinete de la ministra, y que ahora publica “El poder político en escena” en la editorial RBA. Tampoco sé si estaba implicado en la asesoría de la entonces candidata. Lo que tengo claro es que la aplicación de muchos detalles contenidos en esta obra hubiese servido a Chacón, como a otros muchos, para reforzar sus aspiraciones.
“El poder político en escena” es una obra miscelánea acerca del fenómeno político. Lo recorre desde sus raíces genéticas (si existen) y antropológicas hasta lo litúrgico. Bucea en los aspectos más recónditos de la comunicación y la estrategia y ofrece un interesante muestrario de ejemplos históricos que animan, como debe hacer todo buen libro, a consultas ulteriores.
¿Llevamos unos cuantos párrafos hablando de política y no ha salido la cruz de la moneda, o sea, el partidismo? Pues no. A pesar de la vinculación del autor con el anterior gobierno, la obra no cae en el sectarismo. Es algo digno de apreciar si tenemos en cuenta que, en buena medida, los argumentos sobre comunicación están tomados del lingüista y politólogo George Lakoff, autor del best-seller “No pienses en un elefante” y defensor de la superioridad moral de la izquierda con respecto a la derecha neoconservadora.
Para explicar la política y su funcionamiento, como ya hemos dicho anteriormente, Luis Arroyo necesita recurrir a distintas disciplinas, entrar en el terreno del humanismo. En algunas ocasiones bordea arenas movedizas ( las de la teoría de los memes de Richard Dawkins), en otras se vale de los argumentos de Daniel Kahneman (aquí le vamos a perdonar el olvido de Herbert Simon, que podría reforzar sus argumentos). Menos compresivos nos mostraremos con sus análisis del comportamiento del individuo y de la masa, asociados a los experimentos de Stanley Milgram, investigador que ha recibido mucho crédito, pero cuyos resultados fueron cuestionados hace tiempo por sociólogos como Neil Postman.
En cuanto a los ejemplos utilizados, se echa en falta una mayor presencia de la política norteamericana. A pesar de que la obra se enfoque al mercado español, la democracia de nuestro país no goza de la instauración ni la trayectoria necesarias para ilustrar un libro tan denso. De hecho, el germen de libros como este son análisis que mezclan lo coyuntural de unas elecciones concretas con un estado de la cuestión en una determinada sociedad. Como consejo público al autor, su obra sería más completa si recomendase una serie de estudios donde se pudiesen observar “a ras de suelo” sus teorías sobre la política (estoy pensando en Theodore White o en Arthur Schlesinger).
Vivimos momentos convulsos, en los que la “res publica” o “política” es puesta continuamente en solfa. En realidad, el hombre es un ser político y es muy dudoso que los “buenos salvajes” fuesen en realidad tan buenos. El pueblo necesita la política de verdad. Y puede encontrarla descrita en un libro tan interesante como este.

Mayorías y minorías

Martes 10 de julio de 2012

Richard Milhous Nixon no es precisamente el presidente de los Estados Unidos más popular de la historia. De hecho, es probable que sea, en realidad, y siguiendo criterios estrictamente democráticos que vayan más allá de la mera gestión, el peor de todos. Hasta el momento ha sido el único que ha tenido que renunciar al cargo. Y sin embargo, era un hombre al que no le faltaban cualidades. Entre ellas, la de la oratoria (aunque conviene no olvidar el fundamental papel de los escritores de discursos). Nixon dejó tres piezas para la historia: el discurso de Checkers, la intervención en la que declaró no ser “un chorizo” y su discurso de la “mayoría silenciosa”, de importancia sociológica vital.
La “mayoría silenciosa” es la cara de una moneda cuya cruz es lo que podríamos llamar una “minoría estruendosa”. Cómo se han interrelacionado en estos meses ambas en España es un tema que daría para varias tesis doctorales. Se publica ahora en DeBolsillo una obra colectiva, “CT o la Cultura de la Transición”, que representa a la perfección a la minoría antes citada.
Está claro que las nuevas tecnologías influyen poderosamente en las relaciones interpersonales y en la forma en que se produce y se consume la cultura. Esta columna se transformará en blog. Yo no tengo Twitter (de hecho, lo odio), pero en este momento no hay una forma mejor de mantenerse al día de la actualidad sea uno articulista o payaso de circo.
Pero… ¿todo el mundo gira alrededor de Internet, blogs, twitter, whatsapp y demás formas de comunicación cibernética? ¿El mundo se mueve al ritmo del 15-M? ¿Estamos ante una segunda toma de la Bastilla? ¿Alguien se ha subido a un barco disfrazado de indio a arrojar té por la borda? ¿Está por ahí Kwame Nkrumah?
“CT o la Cultura de la Transición” es una obra que impugna todo lo impugnable de una época que está idealizada en las mentes de muchos españoles y, sobre todo, en el discurso público de la democracia española. “Transición” y “Constitución” parecen responder al lema “Noli me tangere”. Hasta ahí, todos (o muchos) de acuerdo: se necesita desmitificar un proceso que tuvo sus evidentes errores y que ha producido una democracia disfuncional.
Pero si para impugnar la Transición partimos de que el 15-M ha sido la Revolución… por ahí algunos ya no comulgamos. Los autores de esta obra parecen haber desarrollado una variedad del síndrome de los “hikikomori”, los adolescentes japoneses sumidos en la asocialidad a causa de las nuevas tecnologías. Y han confundido el ruido con la razón. Ellos son la minoría estruendosa para muchos jóvenes.
Pero la realidad es cruda. Muy cruda. Los dos partidos mayoritarios suman 296 escaños. La alternativa dentro del espectro político que más se puede asociar al 15-M, once. El voto en blanco o nulo es un garbanzo en un océano azul y rojo. Con la que está cayendo, ninguna encuesta da a los mayoritarios muchos menos escaños. A la gente le gustan Almodóvar y Muñoz Molina. “j.l.i.” no aparece ni en Google. Galicia está llena de personas mayores de 40 años que no tienen Twitter ni saben qué es eso. El capitalismo no se va a hundir mañana. Y un grupo de blogueros y nuevos intelectuales que tienen mucho que decir no puede aspirar a cambiarlo todo con argumentos débiles y un estilo literario dudoso.