Histórico de febrero de 2012

El crítico canónico

Jueves 23 de febrero de 2012

Harold Bloom camina hacia los 82 años, ha pasado, según tengo entendido, por tres bypass coronarios y, a la vista de sus últimas imágenes, parece difícil que alcance siquiera el cuarto. En el mundillo teórico no está demasiado bien visto; en realidad recibe más palos que una estera. Cuando se pusieron de moda los postcoloniales, las feministas y demás fauna que buscaba transitar desde la periferia del sistema a su centro, reaccionó con cajas (literarias) destempladas y se ganó odios por todos lados. Ahora, con la teoría literaria inmersa en el proceso de convertirse en una construcción edificada sobre otras construcciones, no le va mucho mejor. Y a mí ya me pueden ir llamando carca pero me alineo con este buen hombre a la hora de demandar que mis estimados alumnos (pasados, presentes y futuros) se dejen de zarandajas y lean a Shakespeare en lugar de aprender futilidades sobre ecofeminismo o literatura de negros homosexuales en Mozambique (así, a voleo).

Como Bloom no deja indiferente a nadie y es muy aficionado a las listas y al “este es mejor que aquel”, sus libros suelen venderse bien para lo que se estila en un crítico. De hecho, las editoriales publican algunos libros con serias taras. Es el caso de “Novelas y novelistas”, editado por Páginas de Espuma. Los fallos no vienen por parte del crítico (a pesar de que cometa el pecado imperdonable de llamar a Aliosha, protagonista de “Los hermanos Karamazov”, por el nombre de su maestro, Zósima), ni por el traductor, que además ha trabajado denodadamente para encontrar ediciones en español de las que extraer buenas traducciones de los múltiples fragmentos que Bloom cita. El problema con el que se encuentra el atento lector es que buena parte del libro fue escrito a mediados de los años ochenta. Esto, obviamente, no afecta a lo que el autor pueda opinar sobre Cervantes o Kafka (el mejor artículo del libro, un gnóstico judío destripando a otro), pero sí (y dramáticamente) a lo que dice sobre Saramago o Toni Morrison antes de que ganasen sus Premios Nobel. O peor aún: se da la circunstancia de que en varias ocasiones se cite la novela Mason & Dixon de Thomas Pynchon… y que en la página 866 se hable de ella como una obra por escribir cuyo título quizás sea La línea Mason-Dixon.

Por sin estos fallos no fuesen suficientes, Harold Bloom contribuye con sus obsesiones. Sobre 350 páginas se dedican a la novela hasta el siglo XX, sobre 500 al siglo pasado con una especial atención a la narrativa norteamericana. No hay espacio para Melville, Proust ni Joyce porque, teóricamente, sus obras pertenecen al ámbito de la épica (en realidad, si el “Ulysses” no la novela fundamental del siglo XX, que baje el Dios de las Letras y lo vea). No está muy claro que Anthony Burgess sea mejor novelista que Alejo Carpentier o James Baldwin más interesante que Claude Simon. De hecho, a William Gaddis no lo conoce “nadie” y es prácticamente un contemporáneo de Alexander Solzhenytsin. Es el mismo defecto que afeaba la polémica lista final de “El canon occidental” y que le granjeó odios cainitas por todo el mundo.

Después de todo esto, y mientras llegamos al final, me preguntarán: si este libro tiene semejantes fallas, ¿cómo se atreve a recomendarlo desde esta atalaya? Pues porque el panorama de Bloom ofrece muchos colores, algunos ignorados en España y en el resto de Europa. Porque su perspicacia y sus argumentaciones podrían convencer, cara a cara, hasta al más recalcitrante representante de los “Estudios Culturales”. Y porque es un hombre que, a pesar de sus errores, transmite una pasión desbordante por el hecho literario, contagia voracidad en la lectura y en el conocimiento. No sobran esas cualidades en el mundo crítico actual.

El partido que no existe

Lunes 13 de febrero de 2012

Desde hace bastante tiempo, una de las demandas de la izquierda española en sus confrontaciones dialécticas con la derecha es la conversión de esta en una “derecha europea”. Claro, que cabría preguntarse quién representa a la derecha europea. De hecho, la señora Le Pen es derecha y es europea. Así que cuidado con lo que pide la izquierda, no sea que su deseo se vaya a convertir en pesarosa realidad.

Hace una semana estuve buscando de manera denodada una especie de “manual del conservador del siglo XXI”. Para saber cómo respiran los liberales o ultraliberales, John Rawls y Milton Friedman. Para saber cómo lo hace la izquierda, Paul Krugman y Tony Judt, por ejemplo. Lo de los conservadores estaba difícil hasta que mis ojos se posaron en un libro de título ambiguo: “Anatomía de Gray” (con claros ecos médicos). El autor, el inglés John Gray, es conocido como filósofo, articulista y politólogo..

En esta “Anatomía” se recogen textos escritos durante treinta años, que abarcan desde el thatcherismo a la nueva agenda verde mundial, pasando por el desmoronamiento del comunismo. Y Gray es conservador, muy conservador. Pero no está nada claro que sea de derechas, tal y como entendemos tal concepto en este bendito país.

Veamos un congeries de las ideas que desgrana Gray en el libro. Liberalismo y libertarismo no tienen nada que ver, contra lo que pueda parecer, con conservadurismo. Blair era neoconservador. Thatcher, santificada por la derecha mundial, destrozó a su partido y solo 20 años después ha podido resucitar de la mano de Cameron. El progreso es más mito que realidad y un progreso excesivo puede agotar la Tierra que habitamos. Por lo tanto, es posible un conservadurismo verde. La eutanasia debería ser un principio básico de la sanidad. La tortura está plenamente justificada contra aquellos que violan los derechos humanos.
Curiosa mezcolanza. Como comprenderán, todo esto da materia para construir polémica desde ahora hasta que se publique mi siguiente reseña. Por novedosas y provocadoras me quedo con las ideas de conservadurismo verde y de la tolerancia contra la tortura, que muestran lo mejor y lo peor de Gray. Es un hecho que lo ecológico es asociado de manera prácticamente automática a la izquierda. Y sin embargo, la brillantez argumentativa del autor demuestra que abandonar el campo de batalla no es precisamente lo más gallardo que puede hacer la derecha mundial. Los regímenes comunistas pueden ser calificados como ecocidas, con la URSS a la cabeza. Y Thomas Malthus, reivindicado por la derecha, es un referente a la hora de sostener ideológicamente la posibilidad de que el control de la natalidad conlleve una paralización en la creciente demanda de recursos del primer mundo y, sobre todo, las sociedades emergentes. Incluso sus propuestas sobre educación, con una renta patrimonial universal, presentarían batalla a la izquierda que defiende la educación universal y sin tasa.

El tema de la tortura, por otro lado, destapa las vergüenzas de John Gray, que demuestra un desconocimiento básico de la ética y no toma en cuenta el hecho de que la primera violación de una norma fundamental, jurídica y ética, solo deja dos caminos de actuación: la respuesta dentro de la ley o la subsiguiente violación de esta, que conduce a la violencia creciente.

John Gray representa al partido político que no existe. Es la derecha exenta de prejuicios religiosos. Defensora del ecologismo y las libertades civiles máximas. ¿Una derecha europea? Desde luego, una derecha distinta a la que ahora se estila.

PD: Queridos amigos, xa viron que esta columna, no xornal, trasladouse ao sábado, un chisco máis breve pero cunha maquetación verdadeiramente salientable feita polos compañeiros de sección. Agardo que sigan disfrutando con ela.