Histórico de junio de 2011

Punto de partida

Martes 28 de junio de 2011

Hagan memoria. Seguro que la recuerdan. A pesar de que Tom Cruise es un actor nefasto y de que su puesta en escena indignó a los que todavía mantienen viva la llama de aquellos héroes, copó revistas y periódicos. Me refiero a la película “Valkyria”. En ella el mentado ex novio de Penélope Cruz (a falta de méritos interpretativos vamos con los personales) interpreta a Claus von Stauffenberg, un miembro de la más alta y rancia nobleza católica alemana, que el 20 de julio de 1944 aprovechó su cercanía a Hitler para colocar un maletín con una bomba a los pies de su escritorio. A pesar de no ser, ni mucho menos, un demócrata convencido, estaba seguro de que obraba rectamente al intentar aniquilar a semejante enemigo de la Humanidad y de Alemania. Cuando fue fusilado, pocas horas después, dejó una frase para la historia: “¡Larga vida a la Alemania secreta!”.

Esa frase significaba poco o nada para un lector español hasta hace nada. Era así porque los hados literarios se habían conjurado para evitar una traducción reciente y asequible de la poesía de Stefan George, el creador de esa noción de “Alemania secreta”, sacerdote de una congregación laica de escritores e intelectuales, muñidor de un círculo de sabios que dirigió la vida cultural alemana durante prácticamente cuarenta años, hasta el advenimiento del nazismo. Con la traducción de Carmen Gómez García en la editorial Trotta se hace justicia a un poema fenomenal y se deja el campo de las injusticias literarias cada vez más despejado. Ahora solamente falta que alguien dedique su valioso tiempo a ofrecer una traducción de la “Jerusalén liberada” de Torquato Tasso para que los eruditos nos demos por satisfechos por este 2011. Quizás sea mucho pedir.

Traducir a Stefan George no es tarea fácil y por eso es de justicia reconocer el mérito. Siempre queda la duda de qué podrían haber hecho Miguel Sáez o Reina Palazón con su poesía, pero el trabajo de Carmen Gómez es excelso. Demasiado pedir para los editores hubiese sido que adaptasen la tipografía de la obra a las especiales selecciones del vate germano. Tampoco vamos a pasarnos con la exigencia y pedir que de una vez por todas Trotta abandone la costumbre de, en las ediciones bilingües, colocar el texto de partida en la parte inferior como especie de nota al pie, lo que estorba la comparación y, en este caso, elimina ciertas particularidades organizativas de la poesía de George.

Temáticamente no es fácil hacer un resumen de la obra. El poeta nacido en las orillas del Rhin es hermético, muy complejo. Desde el principio renuncia a toda puntuación y al uso de las mayúsculas (fundamental en alemán). Su uso del guión, que recuerda al de Emily Dickinson, le da un ritmo peculiar a su poesía. En su juventud se muestra como un prefigurador del expresionismo, incluso de un poeta de vanguardia como Celan. Pero poco a poco, en “El séptimo anillo” o “El nuevo reino” alcanza una pureza temática y expresiva que recuerda al último Juan Ramón, salvando los coletazos que en el poeta de Moguer dejó su pasado modernista. La religión siempre está presente en su poesía, con un cierto deje católico pero con la poesía siempre en el centro, en una especie de deísmo literario-personal muy atrayente.

El amor no es tema fundamental. Como en el caso de otros poetas, se ha hablado mucho de las inclinaciones homosexuales de George, pero no estamos ante un Whitman o un Lorca. En “La estrella de la alianza” vemos al George más amoroso, en pocas ocasiones erótico, pero siempre intenso en sentimientos. Ya saben, sin caer en el pesado sentimentalismo.

Hasta aquí la realidad de una antología que apenas supera las doscientas páginas. A partir de aquí el deseo de que sea solo un punto de partida, de que un poeta como éste reciba la atención que merece y vea, por ejemplo, su producción completa traducida. Sería una magnífica señal para la lírica traducida en España.

Diez de romanos

Martes 21 de junio de 2011

Con motivo de la celebración del Arde Lucus, fiesta que cada año moviliza más y más a todos los estamentos de la cultura y la sociedad lucense, esta columna de crítica literaria de novedades editoriales se transformará por un día en crítica y recomendación de obras sobre Roma y su mundo. “¿Y los castrexos?” Se preguntarán los lectores más conspicuos. En fin… los castrexos aún están a la busca de su hueco en la literatura universal.
10) “Asterix en Córcega”. O cualquiera de los cómics de Goscinny y Uderzo. Cómo olvidar en una lista de libros sobre Roma a los galos que más nos enseñan sobre el Imperio. La historia corsa contiene a mayores una muestra de la idiosincrasia de un pueblo que, no sé por qué, me recuerda al gallego. Somos susceptibles.
9) “Quo vadis?”. Obra del escritor polaco y Premio Nobel Henryk Sienkiewicz, el “peplum” basado en esta novela y protagonizado por Deborah Kerr y Peter Ustinov (de Robert Taylor mejor no decir nada) la popularizó entre el público adulto, cuando es una novela más bien dirigida a jóvenes. Sienkiewicz es un maestro en la imitación de Scott.
8) “Emperador y Galileo”. La vida de Juliano el Apóstata es de lo más interesante de la historia romana posterior a la conocida época de esplendor imperial. Henrik Ibsen la retrata en una obra teatral llena de matices y con un fuerte contenido ideológico vinculado con la revolución social decimonónica.
7) “La muerte de Virgilio”. Uno de los grandes hitos de la narrativa contemporánea. Hermann Broch, austriaco de la quinta de Zweig y Musil, mantiene un pulso con el monólogo interior y la corriente de conciencia de un gran escritor en sus últimas horas. Advertencia: se requiere paciencia.
6) “Historia de Roma”. Theodor Mommsen escribió esta obra monumental hace un siglo y todavía sigue teniendo cierto valor y, sobre todo, la calidad de lo que está bien escrito. Una referencia para las épocas más desconocidas del Imperio Romano, las más próximas a la legendaria batalla de Alia (circa 400 a.C)
5) “Dios ha nacido en el exilio”. ¿Por qué el escritor más popular de Roma, Ovidio, fue mandado al exilio en la actual Rumanía, rodeado de salvajes? Enigma irresoluble. Vintila Horia no intenta resolverlo y se limita a retratar la soledad del genio. Compleméntese con la lectura de las infravaloradas “Tristia” del mismo Ovidio.
4) “Los idus de marzo”. Apuesto a que la mayor parte de mis amables lectores no saben cuál es la circunstancia concreta que originó la frase de que “La mujer de César no solo debe ser honrada sino parecerlo”. Descúbranlo en esta novela de Thornton Wilder, un autor teatral americano que descubrió que era un maestro de la novela epistolar y se aplicó a ella en el género histórico.
3) “Yo, Claudio”. Robert Graves, al margen de un buen poeta de la generación de la Primera Guerra Mundial, era un tipo inteligente. Para construir su novela se nutrió del “cotilla” Suetonio y enriqueció la obra con el grado justo de conspiración malvada y paranoica (inolvidable Livia) y con un “puer senex” como Claudio que ejerce de narrador de toda esta historia, culebrón imperial. Complétese con el visionado de la serie homónima de la BBC, con un Derek Jacobi absolutamente excelso.
2) “Decadencia y caída del Imperio Romano”. Edward Gibbon, un intelectual británico del siglo de las Luces, construyó un monumento literario a base de admiración por las ruinas romanas y una montaña de documentación. Estilo entretenido, abarca once siglos en cuatro tomos. Hay versión abreviada, no se preocupen.
1) “Memorias de Adriano”. De acuerdo que su popularización en España dependió más de Felipe González que de otros factores. Pero aún así merece la pena seguir a esa “Animula, vagula, blandula” y sus avatares vitales, con el amor por Antínoo y el deber del Imperio. La forma epistolar y el buceo en la conciencia del Emperador no impiden que la obra, al contrario de la de Broch anteriormente comentada, sea muy entretenida. Como todo lo de Marguerite Yourcenar, imprescindible.

El arte de la brevedad

Lunes 13 de junio de 2011

Se ha convertido en un lugar común de la crítica literaria el afirmar que escribir un buen cuento es mucho más difícil que escribir una buena novela. A pesar de mi tarea de crítico, no soy capaz de localizar el inicio de tal aserto. Eso sí, recuerdo haberlo leído en alguna conferencia de Julio Cortázar, maestro de ambas artes y por lo tanto opinión autorizada. Resulta evidente que la novela ofrece momentos de reposo, de excurso en el que mostrar el resultado de un buen trabajo de documentación, de detención en los acontecimientos en los que brilla el discurso y el lector puede llegar a aburrirse. Todo eso es imposible en la mayor parte de cuentos. Y mucho más difícil en los cuentos breves.

Porque sí, no todos los cuentos son breves. Algunos rozan la novela en cuanto a su complejidad y longitud (entendiendo novela en el sentido antiguo e italiano del término). Algunos de los de Dinesen, de los que hablábamos la pasada semana, podrían acercarse a las setenta páginas en edición de bolsillo. El cuento breve exige la tensión y la concentración máximas. Hasta el más breve de todos, esa pieza maestra de Augusto Monterroso y que reza: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.

Ahora la editorial Cátedra, en su colección “Base” nos ofrece una antología de “Cincuenta cuentos breves”, completada con un breve análisis de cada uno de ellos que hace que la obra sea especialmente adecuada para que alumnos de secundaria o primer curso universitario se familiaricen con el mundo de la narrativa corta.

En un libro como este lo más importante es la selección. Los editores han puesto como límite ocho páginas para el cuento más largo, si bien la mayoría son mucho más cortos. Esta longitud hace imposible la inclusión de maestros del género como Borges, Flannery O´Connor o Eudora Welty, cuyas obras sobrepasan, a veces con mucho, las ocho páginas. Los clásicos del siglo XIX (Poe, Chejov, Maupassant) son mejor tratados que los del XX. Con Chejov no era demasiado difícil: es un maestro del cuento corto; de Poe se escoge “El corazón delator” y no hay demasiadas dudas, si bien podría añadirse el encantador “Hop-Frog”; Maupassant tiene piezas de diversa longitud, aunque las mejores son sus cuentos de misterio y estos son un poco más largos. En los autores decimonónicos podrá descubrir el lector a un Ambrose Bierce casi inédito por estos lares, cuyo “Diccionario del Diablo” es una maravilla y que aquí aparece representado por el truculento y majestuoso cuento “Aceite de perro”.

Conforme avanza la obra comienzan a desaparecer los autores en otras lenguas y los editores se centran en lo español e hispanoamericano. Parece bastante incomprensible que el último relato en inglés incorporado sea uno de Katherine Mansfield (eternamente sobrevalorada). Se echa de menos a un Ernest Hemingway cuyo “Colinas como elefantes blancos” se desarrolla en España y que es pieza maestra del diálogo. Tal vez Nabokov o Scott Fitzgerald hubiesen sido buenas elecciones. Alguna pieza de “Las ciudades invisibles” de Italo Calvino sustituiría a la perfección a un aburrido Luis Mateo Díez, al que le falta precisamente tensión. E incluso dentro de lo Sudamericano se encuentran flagrantes omisiones: Horacio Quiroga, Cortázar y su “Casa tomada”, Carlos Fuentes y su “Chac Mool” y Augusto Monterroso y alguno de sus microrrelatos más irónicos (mención especial para “La oveja negra”). A cambio siempre tiene su interés encontrarse con Felisberto Hernández o Luis López Nieves.

Breves también son los comentarios finales que ilustran críticamente las narraciones. Esa limitación de espacio hace que no puedan ser demasiado profundos, si bien en ocasiones esto se compensa con el hecho de que sea el autor quien comente su propio cuento, como es el caso del académico José María Merino. El hecho de que el libro esté dirigido a un público en vías de iniciación en el género lastraría comentarios más profundos. Sea como fuere, recordemos que las mejores esencias vienen en tarros pequeños. Abramos nosotros este tarro de letras breves.

Extranjera en su patria

Lunes 6 de junio de 2011

De un tiempo a esta parte la editorial Alfaguara ha tenido una feliz idea: en medio de un catálogo de novedades y autores más o menos recientes ha decidido hacer un hueco para los mejores cuentistas del siglo XX. Y no un hueco cualquiera: nos encontramos en la colección con los productos completos de Nabokov, Faulkner u Onetti. Una de las últimas cuentistas en incorporarse a tan selecto museo de narradores es Isak Dinesen, en un tomo que roza las mil páginas de apretada letra.

Habrán notado una pequeña disfunción en el párrafo anterior (no me atrevo a llamarlo falta de ortografía siendo como es consciente). He hablado de “una” y a renglón seguido he dado un nombre de varón. Es el momento de explicar a aquellos que no lo sepan que Isak Dinesen es el pseudónimo de Karen Blixen, baronesa nacida en Dinamarca. Un nombre de pluma que uno de los jalones de esa condición de extranjera a la que hemos hecho referencia en nuestro rosaliano título. A Karen Blixen ni los editores ingleses ni los daneses tuvieron a bien publicarle ni uno solo de sus magníficos relatos. Tuvo que enviarlos a los Estados Unidos, esa nueva tierra de promisión, con nombre masculino, para que obtuvieran la justa fama.

No era la primera vez que la baronesa Blixen sentía lo que era sentirse lejos de su lugar de origen y expatriada. Su historia es muy conocida gracias a la película “Memorias de África” pero estoy convencido de que esta película, triunfadora en los Oscar de 1985, ha envejecido de manera prematura y no hará más que ir perdiendo seguidores con el paso de los años. Casada con un primo, se estableció en Kenia a principios del siglo XX para llevar una plantación de café. Allí conoció a Denys Finch-Hatton, aventurero muy bien interpretado por el galán Redford, su amor verdadero. La aventura acabó en 1931 con el abandono de la granja por la bajada de los precios del café y las malas cosechas. De regreso a Dinamarca se consolidó su vocación literaria.

El último elemento de alienación de esta escritora es el idiomático. A pesar de ser danesa y estar muy apegada a las tierras de Elsinor su lengua de expresión es el inglés, por lo que forma parte de esos casos límite siempre interesantes para el investigador en Literatura Comparada.

De estos “Cuentos Reunidos” les recomendaré con especial fruición dos recopilaciones de título mentiroso. La primera son los “Siete cuentos góticos”. Lo gótico en literatura ha quedado asociado desde Walpole y su “Castillo de Otranto” al misterio, lo fantasmagórico, lo siniestro y hasta lo sangriento. Los cuentos de Dinesen no son ninguna de estas cosas. Su goticismo es como el de una catedral francesa (pongamos la de Notre Dame de París, quizás la más famosa), con sus complejidades y enormidades. Los cuentos son largos, algunos tanto que podrían ser considerados novelitas, e intrincados. Sabemos dónde empiezan, resulta difícil adivinar donde acaban. Algunos, especialmente, “La inundación de Norderney” son piezas maestras.

La segunda colección que les recomiendo son los “Cuentos de invierno”. Cuando fueron publicados, Dinesen ya era una escritora conocida gracias al éxito de su anterior colección y, sobre todo, de “Far from Africa”, el relato de sus aventuras keniatas. Por suerte la escritora danesa no abusó del esquema gótico y buscó relatos más concentrados en los que resplandece su genio. Especial habilidad muestra en el análisis de los sentimientos de los adolescentes y las parejas recién constituidas. Los escenarios se diversifican y de nuevo el título nos da pistas falsas: no hay demasiados inviernos para los protagonistas. De hecho en mi opinión el relato más conmovedor es “El acre del dolor”, con resonancias míticas en la lucha de una madre por salvar a su hijo en medio de la cosecha estival de cereal. Es una mujer entregada y pasional: Karen Blixen también lo era. Y además tenía el genio de los mejores cuentistas, de Chaucer a Cortázar. Compruébenlo ustedes mismos.

Príncipe de Asturias

Miércoles 1 de junio de 2011

. Andrés Amorós Guardiola
. Luis María Anson Oliart
. J. J. Armas Marcelo
. José Manuel Blecua Perdices
. Carmen Caffarel Serra
. Amelia Castilla
. Juan Cruz Ruiz
. Jacobo Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo
. Víctor García de la Concha
. José Luis García Martín
. Pilar García Mouton
. Manuel Llorente Manchado
. Rosa Navarro Durán
. Berta Piñán Suárez
. Fernando Rodríguez Lafuente
. Fernando Sánchez Dragó
. Diana Sorensen
. Román Suárez Blanco (secretario)

No, no me vuelto loco al iniciar así una entrada del blog. Este es el jurado, compuesto por algunas eminencias y algunos peligros con pluma o cargo, que ha decidido otorgar el Príncipe de Asturias 2011 a Leonard Cohen. No voy a decir aquello de “sabemos dónde viven”, pero sí dejo constancia de sus nombres. El premio es perpetrado y no otra cosa.

¿Las razones?

a) Leonard Cohen no es más poeta que Serrat o Sabina. Un compositor musical con cierta habilidad para las letras. Sí, a mí también me gusta “Suzanne”, pero no estoy ciego.
b) Me imagino que Bobes Naves ya no estará por la labor de enseñar a alguno de estos hombres y mujeres la distinción entre un poeta y un compositor de letras. Y entre la musicalidad poética y la musicalidad a secas.
c) Conozco no menos de veinte poetas gallegos mejor que Cohen. Y no menos de diez escritores a los que no hubiera sido un drama dar el premio. Y eso, por ejemplo, excluyendo españoles e hispanoamericanos.
d) Los premios literarios en España son una sinvergonzonería: organizados por editoriales o consorcios de editoriales, otorgados como el Bonoloto, a presunto sobre cerrado (eviten las risas, por favor, recordando el caso Cela) y, sobre todo, nunca otorgados a obras ya publicadas sino a obras por publicar sobre las que se cargan operaciones publicitarias que nada tienen que ver con los valores estéticos de la novela en cuestión.
e) Deducimos que Cohen ha aceptado venir a Oviedo a recoger el premio. Es una lástima que el mayor escritor vivo )una vez muerto Solzhenitsyn), Chinua Achebe, esté en una silla de ruedas. Podemos afirmar sin lugar a dudas que Cohen ha dado al Príncipe de Asturias el premio de su presencia.
f) Que Canadá tenga dos Príncipes de Asturias y no lo tengan ni Margaret Laurence, ni Alice Munro ni Robertson Davies es un misterio literario de primer orden.
g) LEONARD COHEN NO ES POETA. NI SIQUIERA ES UN BUEN ESCRITOR. ¿Para qué demonios está el Príncipe de Asturias de las Artes?
h) Lo estoy viendo: Adonis se va a morir sin Nobel y sin Príncipe de Asturias. Lo que nos obligaría a solicitar un buen yugo donde se puedan uncir a un mismo tiempo, como representantes señeros, Peter Englund y Román Suárez Blanco, secretarios de los respectivos jurados.
i) Lo estoy viendo: algún día los ganará el peor novelista de acuerdo a su fama, el ínclito Javier Marías.

A este paso se me acaban las letras del diccionario. Mejor dejarlo de ese tamaño. ¡Vivan las cadenas!