Histórico de marzo de 2011

Do mero ser

Jueves 31 de marzo de 2011

Aquí vos deixo un orixinal de Wallace Stevens e a súa traducción ao galego:

Of Mere Being

The palm at the end of the mind,
Beyond the last thought, rises
In the bronze distance.

A gold-feathered bird
Sings in the palm, without human meaning,
Without human feeling, a foreign song.

You know then that it is not the reason
That makes us happy or unhappy.
The bird sings. Its feathers shine.

The palm stands on the edge of space.
The wind moves slowly in the branches.
The bird’s fire-fangled feathers dangle down.

DO MERO SER

A palma na fin da mente,
alén do último pensamento, érguese
na decoración de bronce,

un paxaro de dourada plumaxe
canta na palma, sen significado humán
sen sentimento humán, unha canción foránea.

Sabes entón que non é a razón
que nos fai felices ou infelices.
O paxaro canta. As plumas escintilan.

A palma érguese no gume do espazo.
O vento vai paseniño nas polas.
A plumaxe do paxaro, forxada en lume, queda pendurada.

Sobre los necios

Sábado 26 de marzo de 2011

Me levanté ayer de la siesta con una mezcla de estupor y alborozo. Suelo dormirla con la televisión puesta (un poco de ruido no viene mal a nadie) y en estas escuché una noticia sobre cierta prueba cultural realizada a la ganadora del concurso “Gran Hermano”. El asunto fue tan desastroso que la interfecta (por llamarle algo bonito) fue incapaz de contestar a la pregunta sobre cuántos países forman la Península Ibérica. Hasta aquí el estupor. El alborozo llegó cuando me acordé de que tenía que escribir una columna, precisamente, sobre la estupidez y una de las obras que mejor la representa “La nave de los necios” de Sebastián Brant, recientemente editada por la editorial Akal.

Hace unas semanas comentaba en esta misma columna, con motivo de una crítica de Vladimir Holan, la relativa mala fortuna de la literatura checa. Mi amable amigo y profesor Paco Reija me reconvino parcialmente y mantuvimos una interesante charla sobre el particular. Así que hoy voy a comentar la mala fortuna de los humanistas alemanes, a ver si pescamos otra enriquecedora conversación.

La pasada semana hablábamos de Erasmo de Rotterdam y su fortuna en España gracias en parte a su abandono de Lutero y en otra parte a Bataillon. Este filósofo es una honrosa excepción en lo que a fortuna editorial de los humanistas de la Reforma se refiere. Lutero, el personaje más trascendente de la Europa del siglo XVI, apenas si tiene una compilación de obras que alcanza las cuatrocientas páginas. Nada de Willibald Pirckheimer, Melanchton o Crotus Mutianus. Tampoco del mayor oponente de Lutero en las controversias, el doctor Johannes Eck. Y hasta el momento nada de la obra que inspiró a Erasmo y que transformó el género satírico en la Europa del siglo XV, la ya citada “Narrenschiff” de Brant.

La editorial Akal rellena así un hueco básico en la literatura universal en lengua española con esta edición. Y no solo en la literatura, pues la edición incluye las ilustraciones, originalmente xilografías, muchas de las cuales fueron compuestas por Alberto Durero, genio de la pintura y la ilustración renacentistas. Si hemos de ponerle un pero, éste se encontraría en la traducción. Antonio Regales Serna nos ofrece una versión prosificada de la “Nave” en lugar de respetar la construcción en pareados del original, si bien hay que reconocer que con ello la obra gana en agilidad e interés para el público no especialista.
Brant fue un sabio humanista, especializado en retórica y teología, pero sobre todo un gran observador de la situación de su época. A su barco se montan miembros de todas las clases sociales: clérigos, médicos, nobles, gente de mal vivir. Todos ellos desfilan por una especie de “Gran Teatro del Mundo” calderoniano y son juzgados sin ningún tipo de piedad y condenados por huir de la siempre necesaria sabiduría. Ojo, la sabiduría verdadera, pues ya desde el principio Brant se muestra muy avisado a la hora de criticar al que “posee muchos libros pero lee poquísimo en ellos”. Los ciento doce textos son más que suficientes para descender hasta un grado de detalle en la estulticia verdaderamente notable, que hace refulgir además la erudición del autor tanto respecto a los mitos clásicos como, sobre todo, a las narraciones bíblicas de las que se hace uso y abuso en todo el texto, y que el editor decide aclarar por medio de simples referencias al texto bíblico y no con notas más ilustrativas.

No ha cambiado mucho la situación desde el siglo XV. Las necedades son distintas, el número de necios creciente. Muchos por devoción (resulta sorprendente encontrarse todavía a tanta gente que desprecia la lectura y los estudios), otros por falta de posibilidad. Brant describió dentro de su nave no solo la estupidez sino el desconcierto en la escala de valores causado por la transición entre el Medievo y las nuevas ideas antropocéntricas. Quizás sea eso, y lo que sucede es que los tiempos están cambiando. Por suerte obras como esta permanecen.

Fútbol e libros (I)

Miércoles 23 de marzo de 2011

Xa dixen na presentación deste blog que algunhas veces se ía dar a posibilidade de falar nel de baloncesto, pola miña vinculación co Breogán. O que creo que esquecín dicir é que como a outros moitos individuos, tamén me gusta o fútbol, que ademais ten unha relación máis extensa co literario, como amosan os desempeños na portería de Albert Camus ou as odas adicadas a Ferenc Plattko ou Lolo, porteiro do Orihuela, por Rafael Alberti e Miguel Hernández, respectivamente.

Os libros sobre fútbol divídense en tres categorías: técnicos-especializados que non interesan máis que ao que vai buscar neles unha información concreta; os panexíricos, haxiografías sobre o xogador-adestrador do momento que sempre teñen títulos graciosos e rimbombantes (“Cristiano, el devorador de sueños; Messi, el niño que rompió moldes”, aínda que nunca “Best, se tivese sido máis feo non falariamos de Pelé”) e os verdadeiros libros sobre fútbol, normalmente construídos en base a un anecdotario que semella inesgotable en todo aquilo que rodea ao deporte do balón por antonomasia.

En España é difícil que haxa bos libros sobre fútbol. Normalmente os que os escriben son xornalistas e a prensa deste país en canto a deporte se refire é un desastre se facemos excepción de Santiago Segurola, Rubén Uría ou Enric González. Boten unha ollada aos diarios de maior tirada en Madrid e Barcelona e saberán de que falo. Se non, escriban en Google “Sid Lowe spanish press” e verán negro sobre branco como nos ven os mellores xornalistas estranxeiros (Lowe escribe para Sports Illustrated e The Guardian).

Precisamente veño de ler nun anaquiño libre “Historias del Calcio”, de Enric González, corresponsal dun coñecido diario da capital en diversos países, entre eles Italia. O fútbol italiano está rodeado de mitos que abofé que non se dan en España, algo lóxico se temos en conta que o primeiro ministro preside un club, que o máis coñecido industrial (Fiat) preside outro e que un terceiro era, ata a chegada do ínclito José Mourinho, unha versión neroazzura do Atlético de Madrid pero cunha cantidade salvaxe de cartos. Sumemos a isto un panorama político para botarlle de comer á parte, os ultras máis perigosos de Europa (Inglaterra á marxe) e unha historia cun superequipo estrelado contra a capela Superga, outro campión do Scudetto no que a maioría dos xogadores ía armado e unha relixión centrada nun futbolista e persoa tan especial como Maradona.

Enric González víveo e retrátao. Rememora todas estas anécdotas e moitas máis. Ao ser o libro compilación de artigos en ocasións peca de repetitivo, pero nunca está de máis que se fixen na memoria do lector casos coma o de Di Canio no Lazio ou Lucarelli no Livorno. Faio cun punto de reverencia cando fala de artistas do balón coma Totti, con clarividencia á hora de retratar a Luciano Moggi, o home que levou a Segunda a Juventus por amañar partidos, con humor á hora de falar de Gattuso, capaz de agredir hai unhas semanas a un mito do seu propio equipo e de responder con certa retranca “non comecemos insultando ao fútbol” a unha xornalista que o consideraba o mellor xogador dun encontro. O libro é do mellor que se pode encontrar sobre o tema aquí e máis en Italia, unha marabilla. Xa que temos que tragar deporte a todas horas, polo menos mesturémolo nesta ocasión coa lectura.

Edades de oro

Sábado 19 de marzo de 2011

A pesar de que Hesíodo describió la Edad de Oro como la etapa de la perfección y la felicidad humana y divina, creo que podremos relativizar el concepto y aplicarlo a varias edades en la Historia de la Humanidad, sin que haya que ponerse riguroso. Cada siglo tiene su época dorada, en ocasiones más de una. A veces una obra literaria puede escribirse en una de esas etapas brillantes y referirse a otra. Es lo que sucede con “El Ciceroniano”, diálogo de Erasmo de Rótterdam que edita con sus imprescindibles notas y demás aparataje la editorial Cátedra.

Todo aquel que ha estudiado latín y ha llegado hasta el superlativo y el comparativo de superioridad conoce a Cicerón. Es lo que tiene ser un “vir eloquentissimus” y “primus inter pares” en el tema de la retórica, el discurso y la elocuencia. Marco Tulio Cicerón fue un hombre renacentista antes del Renacimiento, capaz de desarrollar con la misma habilidad las funciones de abogado, político, escritor y orador. Esta última profesión puede resultar extraña a los actuales lectores, pero se debe tener en cuenta que en la “civitas” romana era fundamental para convencer al pueblo y al Senado. No había medios de comunicación de masas (por fortuna) y los políticos se preocupaban algo más por lo que decían, incluso en trances tan importantes como el asesinato de César. Uno no se imagina a Antonio, Bruto o Cicerón hablando, como ha hecho esta semana el presidente del Gobierno, de “nuestros compatriotas y los compatriotas de otros países”. La Retórica está con ventilación asistida pero mientras quede un político que rebuzne (y de esos nunca faltan), no estará muerta del todo.

Erasmo no es tan conocido como Cicerón, por lo menos entre los estudiantes, pero tampoco se puede quejar de su fortuna. En España han contribuido a ella, entre otros, Menéndez Pelayo con su “Historia de los heterodoxos españoles” y Marcel Bataillon con el clásico “Erasmo y España”. En los países germánicos es la más obvia referencia cultural del siglo XVI, codo a codo con el mismo Martín Lutero. Cuando escribe “El Ciceroniano” corre el año 1528. Hace veinte años que ha dado a la imprenta el “Elogio de la locura”, que lo encumbra como el sucesor de Brant y el mayor satírico de la Europa humanista. Es reconocido por todos los gobernantes, Papa incluido, y ya ha comenzado su oposición a la Reforma.

El argumento del diálogo no tiene demasiadas dificultades. Dos amigos, Buléforo e Hypólogo, tratan de convencer a un tercero, Nosópono, de lo vano que es su intento de convertirse en un auténtico ciceroniano. Lo hacen, sobre todo Buléforo, con una capacidad crítica y persuasiva muy notable. Vemos como Nosópono va poco a poco cediendo en sus pretensiones, pasando del extremo del análisis del lenguaje del Arpinate para utilizar sus mismas palabras a una posición más moderada de respeto sin devoción total. ¿Subyace aquí un mensaje contra los dogmas absolutos de la Iglesia Católica y de la naciente Reforma? Probablemente sí.

De paso que intenta convencer a Nosópono, Buléforo nos da en un determinado lugar un enorme listado, con breves análisis, de las mentes más preclaras de esa (de nuevo) Edad Áurea que fue el Renacimiento italiano y europeo. De Valla a Pico della Mirandola, de Tomás Moro a Philipp Melanchton. Y aún se olvida de Robortello, analista de la poética aristotélica, o de Piccolomini, que incluso llegó a ser Papa bajo el nombre de Pío II. Ninguno de ellos alcanza la categoría de Cicerón, pero todos tienen sus propias virtudes que los hacen grandes sabios y escritores. Es una pena que en el siglo XXI no hayamos alcanzado la Edad de Oro y no podamos hacer lo mismo. ¿Quién se atreve a comparar a Paul Auster con Herman Melville? ¿Y a Pérez Reverte con Pérez Galdós? En todo caso, no perdamos toda esperanza: si la Retórica está viva, la buena literatura puede vivir con ella.

Nasdrovie

Miércoles 16 de marzo de 2011

A palabrexa do título é a única palabra que coñezo en ruso. Bueno, serei franco e lembrarei tamén “Prestupenie” e “Nakazanie”, verbas da mellor novela rusa endexamais escrita, “Crime e castigo”. Pero a outra era máis axeitada para o título polo seu ton festivo, xa que é a palabra que se usa para os brindes no país eslavo.

Vén a conto falar de Rusia porque unha das miñas últimas lecturas é a reedición de “El baile de Natacha” – o título remite a unha escea de Guerra e Paz , unha historia cultural rusa dos séculos XIX e XX na editorial Edhasa. O autor, Orlando Figes, ten tamén unha “Historia da Revolución Rusa” na mesma editorial que prometo revisar nalgún momento. O autor opta por un modelo de historia a medio camiño entre o clásico e as novas tendencias. Por unha banda temos un seguemento cronolóxico do que sucedía na Rusia convulsa do século XIX e revolucionaria do XX. Por outra banda, persegue certas figuras, en particular a familia Sheremetev, o que axuda a que o libro sexa máis persoal e lixeiro de dixerir.

Winston Churchill falou de Rusia como “un engado dun enigma envolto nun papel de misterio” (a cita non é exacta, desculpádeme, pero non son bo citando). Figes logra aclarar ese misterio por medio da análise de certas figuras e actitudes que conforman a historia desa cultura máxica, que pasou do silencio do 90% de servos aculturados á vangarda europea da man de Pedro o Grande no político e de Pushkin no cultural. E de aí a unha revolución que representaron primeiro o Razumov de Under western eyes de J. Conrad e despois o binomio Lenin-Stalin, sanguentamente comunista.

Figes repasa tamén as influencias asiáticas (tomadas despois de maneira terxiversada polos inimigos do país dos soviets) e as artes que se afastan da literatura e a historia. Magnífica é a súa atención aos famosos cinco músicos decimonónicos (Cui, Mussorgski, Glinka, Rimski-Korsakov, Balakirev) ou a pintores hiperrealistas como Repin. E remata cunha análise das relacións de Rusia co estranxeiro. A Historia das Ideas vese representada de maneira excelente nunha obra como esta. Brindemos por ela

Literatura carnavalesca

Sábado 12 de marzo de 2011

Ya se ha acabado. Con su pregón de Estoupacaldeiros y su Entierro de la Sardina. Un año más ha concluido el Carnaval, época de subversión y homenaje a la cultura popular en forma de distintos tipos de transformación y travestismo. También es en Galicia la época del “cocido universal”, esas fechas en las que pocos pueden evitar los grelos y el butelo, los cachelos y la cachucha. Pero que haya concluido no significa que tengamos que olvidarnos tan rápido de él: podemos recordarlo a través de las bellas letras.

La editorial Cátedra, de la mano de toda una eminencia en el estudio de la literatura francesa como Alicia Yllera, completa ahora la saga del gigante Pantagruel con la publicación del “Cuarto libro”, el último que con toda certeza salió de la mano del genio humanista y médico de reyes François Rabelais, que a esas alturas de su vida ya había podido deshacerse de su pseudónimo Alcofribas Nasier y dar rienda suelta a su imaginación y a la sátira contra todo y contra todos que contiene su obra.

Recuerdo como si fuera hoy mi primera lectura de Rabelais, más en concreto de “Gargantúa” y “Pantagruel”, los dos primeros libros de la serie. Fue un festival de risas, primero por las exageraciones que son propias a la condición de gigantes de ambos, después por la incorporación del audazmente cobarde (sus hechos desmienten a sus palabras) Panurgo, protagonista de una desternillante batalla de gestos obscenos en la Sorbona, que ponía en la picota a la fuente de la teología francesa del siglo XVI. Después pude entender mucho mejor las cosas gracias a un capítulo de “Mimesis” de Erich Auerbach y al libro del crítico ruso Mijail Bajtin sobre “La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento”, ambos muestras de la inteligencia con la que en el siglo XX se ha podido recibir la tradición antiguo del humor de la plaza del pueblo.

Porque en Rabelais oímos a la voz del pueblo en toda su crudeza. Nada de sutilezas ni de cortapisas. Panurgo elogia el cojón (sic) del abate Juan de Thèleme y lo hace nada más y nada menos que con ciento cincuenta y tres veces, a lo que el furibundo abate responde con ciento cincuenta desprecios al ídem de Panurgo, preocupado por si debe o no casarse. Gargantúa nace de la oreja de Gargamel, que no ha podido resistirse a una buena dosis de callos y vino. Pantagruel desde su nacimiento demanda cantidades astronómicas de comida y bebida, como la leche de cuatro mil vacas. Las batallas son tan sangrientas como cómicas, con especial mención al afán destructor del abate Juan, que atiza con la cruz y otras armas a cientos de miles de rivales.

El “Cuarto Libro” forma una unidad con el tercero y con el apócrifo quinto. En ellos se desarrolla un viaje, claramente inspirado en la “Odisea”, que sirve al mismo tiempo de autoformación para esa educación tan especial que lleva Pantagruel y de búsqueda del Grial, en este caso bajo forma de un oráculo alcohólico que responde al peculiar nombre de Bacbuc. Si Ulises se encontraba con los lotófagos, Pantagruel y lo suyos se encontrarán con los Gastrólatras, capaces de reescribir la historia del mundo en función del culto a lo estomacal. Los episodios de mayor comicidad se desarrollan durante la “batalla contra las botargas”, si bien uno se imagina de mejor modo a una androlla naviega (hagamos un poco de patria) en el combate que a unas huevas de pescado. No se lo tendremos en cuenta a la traductora y editora del volumen. Si les gustan y les parecen largas las enumeraciones de un Vicente Risco, no se pierdan las de Rabelais, congeries desbordantes de ingenio.

Rabelais no olvida la fuente del humor, la plaza pública. La última palabra que con certeza salió de su pluma es un sonoro y exclamativo “¡Bebamos!”. Podemos hacerlo en Carnaval o después de él. Celebrémoslo en todo caso. No hay muchas ocasiones actualmente para el regocijo: encontremos una en la literatura.

A MODO DE PRESENTACIÓN: ESE ENTE CHAMADO O CRÍTICO LITERARIO

Miércoles 9 de marzo de 2011

Para comezar os escritos deste blog que prolongará a crítica semanal de novidades literarias no diario que me acolle, debo presentarme. Aparecín un mes de marzo polas páxinas do “Progreso” cunha crítica sobre o “Felix Krull” de Thomas Mann sen ter ocasión de presentarme aos lectores. O meu nome xa o coñecen. A miña ocupación principal é a de investigador da USC (oficio denostado onde os haxa), a secundaria son estas críticas e dende agora este blog e a terciaria o seguemento de Breogán, ao que poño voz en Telelugo cada dúas semanas con Paco Basanta. Algunha vez caerá algunha reflexión sobre deporte neste espacio, pero serán as menos: poucas veces o deporte entra o suficiente no campo da cultura de libro.

Feitas as presentacións voume a deter por vez primeira respondendo unha pregunta que os que me coñecen como crítico e non persoalmente teranse feito algunha vez: ¿como chega un a crítico literario? A miña experiencia docente dime que os novos filólogos teñen gran interese polo asunto, tal e como está a profesión da ensinanza. Os demais lectores verán satisfeita pola súa banda unha curiosidade que tal vez non sexa tal. Nese caso, agarden á seguinte entrada.

Creo que hai cinco atributos fundamentais que debe ter un crítico. Tres son “naturais” e dous “adquiridos”.

- Un crítico ten que ser un bo ou magnífico lector. A pesares de que aprender a ler é unha tarefa educacional, a capacidade de comprensión dun texto e a velocidade de lectura son calidades innatas. Un servidor, por exemplo, non baixa das trescentas páxinas diarias cunha decente comprensión.

- Un crítico ten que ser ter unha boa capacidade expresiva. Iso está moi preto de ser algo innato. Todos coñecemos unha manchea de nenos. Uns son capaces de expresarse de maneira perfecta, outros trufan as súas explicacións con polisindeton e confusións varias que fan imposible seguir o relato. Explicarse ben é algo que se ten ou non se ten, e se se adquire ten que ser na máis tenra infancia.

- Un crítico ten que ter curiosidade. ¿Que leva a un galego de Becerreá (fagamos patria) a interesarse pola poesía metafísica de John Donne, os relatos sobre Toussaint Louverture de CLR James ou a poesía final de Wallace Stevens? A curiosidade é a única resposta que se me ocurre. Ou iso ou unha enaxenación mental non transitoria.

- Un crítico ten que ter formación. Xornalismo, Filoloxías, Humanidades, Historia, Dereito… case que todos os críticos teñen unha formación de letras combinada co seu gusto lector. As Filoloxías son, obviamente, especialmente recomendables (a pesares dos estragos de Boloña) polo que aportan en campos tan descoñecidos para o lector medio como a Teoría da Literatura, a Literatura Comparada ou a Crítica Literaria.

- Por último, un crítico ten que ter uns principios, derivados de toda a experiencia anterior. Iso permitirá que estea a salvo da perniciosa influencia dos grupos editoriais (véxase o caso do crítico Ignacio Echeverría nun diario da competencia) e das arbitrariedades que levan a dar “cinco estrelas” á derradeira novela de Javier Marías, ao último libro de “Larpeiros” e a unha reedición de “Crime e castigo” de Dostoyevski. Eu penso que existe un centro e unha periferia no sistema literario, pero levo a contra ás últimas correntes ao afirmar que o centro non se compón en virtude de factores externos senón intrínsecos ás mesmas obras: formais, estéticos e ideolóxicos.

Remata a primeira entrada. Prometo ser menos prolixo e máis lexíbel nas próximas.