Histórico de diciembre de 2011

Vicios (pequeño tratado)

Miércoles 21 de diciembre de 2011

Mis relaciones con la religión son complicadas en lo personal. Ya se lo he dicho a ustedes alguna vez (una columna es un buen lugar donde desnudarse un poco). Sin embargo son excelentes en lo intelectual. Me gusta leer sobre religión (recuerden el libro de Diarmaid MacCulloch, ahora que se acercan las Navidades) y tengo gran respeto por los teólogos. De entre estos, por método e influencia, me quedo con Tomás de Aquino. Me gusta por ser capaz de retomar la filosofía aristotélica, por abrirse a la influencia islámica cuando la cultura de un Averroes era una isla de sabiduría en medio de la barbarie europea y por la sistematicidad de sus investigaciones. Quizás por eso guardo en lugar privilegiado los cinco tomos de la edición española de la “Suma de teología”, aunque no pueda frecuentarlos lo suficiente.

Dice Tomás de Aquino que las tres causas internas del mal son la ignorancia, la pasión y la malicia. En estas coordenadas, el panorama no parece muy halagüeño: el dominio de lo malo si esto es cierto será creciente hasta convertirse en una tiranía. Lo cita José Antonio Marina en su “Pequeño tratado de los grandes vicios”, recientemente publicado por la editorial Anagrama. Un libro que oculta en su título, quizás por impopular, la referencia a los pecados capitales que en realidad estructuran el cuerpo principal de la obra.

José Antonio Marina se encuentra en estos momentos en los altares de la divulgación española junto a Eduardo Punset, pero con dos claras desventajas respecto a este. La primera, que la existencia de la plataforma del programa “Redes” da una dimensión al catalán mucho mayor. La segunda, y más importante, tiene que ver con la habilidad de Punset para hacer comprensible y vívido incluso lo realmente complejo. Esto es algo que Marina no consigue en algunas de sus obras, por ejemplo en esta. Así que si buscan un libro de sencilla lectura en el que aprendan algo sobre los pecados capitales más serio que la película “Seven” (salvo por Morgan Freeman) y menos cargante que una jeremiada de cualquier teólogo, no van a buen sitio.

Lo que puede suceder es que ustedes estén interesados en la Filosofía y la Religión y no tengan mucho tiempo para trabajar sobre ello. En ese caso, la obra de Marina supondrá un placer lector de primer nivel. Y aún no hemos caído tan bajo como para que hayan desaparecido filósofos y teólogos aficionados. En la primera parte, el polígrafo toledano hace una exposición razonada sobre el Mal, sus raíces y sus formas. En la segunda, investiga los siete pecados capitales siguiendo una jerarquía que va de lo teóricamente más grave (la soberbia, pecado original del ser humano en las concepciones judeocristianas) hasta lo más leve, la pereza, que roza según otros investigadores a la misma virtud.

La forma de escribir de Marina puede tener adeptos. Su forma de escribir estos tratados, algunos menos. Abundan los conceptos de filosofía griega, como el de “anábasis”, de difícil traslado al sistema de valores occidental (Jaeger escribió un enorme libro sobre la “paideia” y no fue capaz de explicar de manera convincente el mismo concepto); también hay profusión de referencias que son difíciles de ubicar hasta para un ganador del concurso “Saber y Ganar” (creo que a Evagrio Pontico no lo conoce ni Ángel Vaqueiro, fíjense lo que les digo); incluso la bibliografía que se incluye al final ofrece una gran cantidad de referencias interesantes pero de cierta complejidad intelectual.

Llegados a este punto, creo que todavía no he dejado claro por qué tienen que leer este libro. Me parece básico para conformar lo que podemos denominar sistema de valores. Como no es un libro dirigido a adolescentes, serán los adultos los que tengan que evaluar su contenido y transmitir ciertos valores, que tienen una base histórica y filosófica que Marina analiza de manera muy convincente. Los siete pecados (o vicios) capitales no están muy de moda. Los niños los aprenden en las catequesis y después no son capaces de recordarlos o siquiera recitarlos (claro, que si la mayor parte de ellos no son capaces de decir los presidentes de la democracia española, tampoco les vamos a pedir mucho). Algunos, como la lujuria, parecen atraer de manera descarada a muchas personas (lo reconozco: por ahí cae un servidor). En otros se ha llegado al extremo retorcimiento: ¿qué es más pecado? ¿la gula o la anorexia? ¿no sería más adecuado despenalizar ambas por ser enfermedades? En todo caso, existen unos “mínimos morales” que cumplir. Y es necesario conocer el mal. Marina nos enseña una de sus caras.

El engaño Franzen

Lunes 12 de diciembre de 2011

Jonathan Franzen es el niño bonito de la novelística norteamericana. Ha sido portada de la revista “Time” acompañado por un rimbombante titular, “El gran novelista americano”, que ya es mucho decir con Philip Roth vivo. Ha aparecido en “Los Simpsons”, lo que siempre es un termómetro de la popularidad mundial de cualquiera. Hace unos meses publicaba “Libertad”, en teoría la gran novela americana de la década, la novela de la era de Obama, en la que se retrata el mundo con la visión del país de las barras y estrellas.

Franzen se pone a sí mismo el listón muy alto. Cree que la novela debe volver a Tolstoi, que es un referente para él. Como en España la crítica literaria es tendente al elogio desmedido y a descubrir genios deslumbrantes tres o cuatro veces al año, se han añadido al gigante de Yasnaya Polaina los nombres de Charles Dickens y Honoré de Balzac. Para estar a la altura de semejantes reputaciones hemos de suponer que este escritor ha dejado una obra maestra de carácter inmarchitable.

Pues con la crítica seria hemos topado, amigo Sancho. Después de una detenida lectura de las 667 páginas de la obra y de años de frecuentar a Tolstoi, a Dickens y (en menor medida) a Balzac, me atrevo a afirmar que Franzen está a años luz de ellos. De hecho, “Libertad” no pasa de ser una novela con una trama que podemos asociar a la de “Secretos de un matrimonio” de Ingmar Bergman, sin demasiados recursos narratológicos que muestren la habilidad del escritor, con una falta de respeto al concepto de “decoro” clásico que asusta, con ciertas piezas de la trama completamente previsibles y un manejo del lenguaje que, si la traducción es mínimamente correcta, no llega al notable. En resumidas cuentas, un libro, si me permiten la licencia, posmoderno a la manera almodovariana. Que está bien para quien le guste. Pero que no puede llegar a compararse con Tolstoi de la misma manera que cuesta comparar a Almodóvar con John Ford o el ya citado Bergman.

Hasta aquí la crítica de la obra de Franzen sin hacer lo que las nuevas tecnologías han bautizado como un “spoiler”, es decir, sin revelar lo básico del argumento de la novela. Si ya la han leído, sigan; si no la van a leer, adelante; si están ansiosos por acercarse a la librería y comprarla, pasen a la página de al lado.

La crítica literaria ha ido con esta novela, como con muchas otras, a buscar lo abstracto, la entelequia. “Temas eternos”, “sentimientos más ocultos e inconfesables”, “valor profundo de los sentimientos”, “profunda inteligencia moral del autor”, aquí tienen varios fragmentos “descriptivos” sobre la novela utilizados en España, EE.UU e Italia. Nada sobre el arte novelístico, sobre lo narrativo, lo ficcional y lo lingüístico que preceden a todas estas consideraciones hondamente filosóficas (nótese la ironía).

No veo yo dónde está el arte de la buena novela en construir un enorme flash-back sobre un relato autobiográfico en el que la voz narradora no es la de la autobiografiada sino la misma del resto del relato. Tampoco me parece nada exquisito que el narrador haga previsible la muerte de una de las protagonistas unas 300 páginas antes de que suceda, obviando el hecho de que el lector no es tonto. He leído muchas obras de Tolstoi (otro día me preguntaré a qué Tolstoi quiere parecerse Franzen) y no he encontrado ninguna escena en la que un cretino de 18 años que se acaba de casar se trague su alianza de boda para después buscarla entre su propia mierda (sic) en un lujoso resort de Bariloche (Argentina). El único personaje que parece medianamente bien construido, Walter Berglund, es portavoz de unas ideas del autor que son un pelo extravagantes (por malthusianas) y su obsesión por las aves traspasa la ornitología para entrar de lleno en el campo de la parafilia. La misma elección de cierto pueblo de Minnesota como centro de parte de la historia no acaba de contribuir al necesario cosmopolitismo que se le supone a una novela que debería ir de lo local a lo universal. En resumen: Franzen pretende contentar al crítico y dice no preocuparse del número de lectores. Para su siguiente novela yo probaría a hacer lo contrario o a pasarme al bando de su maldito amigo Foster Wallace. Así a lo mejor sale algo que sea bueno y no venda nada, que es lo que decía desear el escritor y no ha sido capaz de cumplir.

Addenda a la entrada del blog: Todo esto, queridos amigos, es una cuestión de horizonte de expectativas. Otro día hablamos de Estética de la Recepción, de H.R. Jauss y de sus consecuencias para el trabajo crítico/lector de todos los días.

El libro del año

Miércoles 7 de diciembre de 2011

Tres noticias sobre África en las noticias de estos días. Elecciones en la República Democrática del Congo, con Kabila hijo favorito… a pegar el pucherazo del siglo (nada nuevo en el país de Mobutu). Laurent Gbagbo trasladado a La Haya para ser juzgado por crímenes de lesa humanidad. Y los Hermanos Musulmanes a punto de ganar en Egipto y demostrarnos a los occidentales que en el mundo musulmán hay democracia (de hecho, técnicamente Irán es una democracia) pero una que le parecería un poco extraña a Locke, Montesquieu o Thomas Jefferson.

Lo de Egipto, desde la caída de Mubarak, ha tenido su cuota de pantalla durante todo este año. De lo otro es difícil que el español medio esté informado. Los telediarios de las privadas no se interesan demasiado por estas nimiedades. El público, un minutito. Las radios, cero de conducta. Queda el refugio de los periódicos pero tampoco vayan a creerse que, con la que está cayendo por aquí, hay mucho espacio para la geopolítica. Prueben a salir y explicarle al primero que se crucen que el peor conflicto desde la Segunda Guerra Mundial lo han protagonizado los países africanos alrededor del enorme Zaire.

Y claro, después están los libros, que ofrecen un conocimiento extenso y organizado. “Por el bien del Imperio”, de Josep Fontana, habla de todo lo que les he tratado de explicar y de muchas más cosas. Al autor le ha llevado catorce años escribir uno de esos estudios por desgracia escasos en la época en la que está de moda escribir libros y tesis doctorales sobre “aldeas perdidas en las Islas Comores y su tratamiento del hierro y de la pesca” (verbigracia). Se trata, más o menos, de reconocer el hecho de que la historia es una red que no es fácil de deshacer y también de percatarse de que España no es el centro del mundo. De hecho, lo que ha pasado en España en los últimos setenta años, a nivel geopolítico universal no da para más de dos páginas del enorme tomo de Fontana. Bien hecho.

Vamos con el pilar que sostiene la obra. Desde el mismo título resulta evidente: el centro del mundo son los Estados Unidos. Y toda la política estadounidense está orientada a preservar su hegemonía ideológica, económica y social. Alguno que llegue a este punto podrá tildar a este pobre crítico de conspiranoico. Les remito a un memorando de Lewis Powell escrito el 23 de agosto de 1971 y que puede consultarse en la Red. Hay muchos más documentos, pero con ese pueden ir haciendo camino.

Y a partir de esta aseveración, surge una pregunta, que se hace Fontana y también me hago yo: ¿ha ganado el mundo con el dominio imperial de los Estados Unidos? Alto ahí (vuelvo a oír la voz de los Súper Tacañones): ahora me tildarán de oportunista. ¿Cómo puede preguntar eso en medio de la peor crisis que ha vivido el mundo desde el crac del 29 –dejemos al margen las convulsiones bélicas–. Fontana se encarga de nuevo de demostrar que si esta crisis existe no es por culpa de de Merkel, Rajoy, Zapatero o Berlusconi sino por las extravagantes prácticas financieras llevadas a cabo tras lo que Paul Krugman ha llamado “la gran divergencia”. Es más: la política económica estadounidense ha tenido peores consecuencias que esta crisis en los países del Tercer Mundo, acosados por el FMI y el Banco Mundial –instituciones que, hasta donde yo sé, no han sacado a un solo país de problemas económicos–.

En resumidas cuentas: vamos de cráneo. Y el asunto no tiene muchas pintas de ir a mejorar. Desde 1945 no hemos ido mucho mejor. Josep Fontana dedica 1.000 páginas a demostrar que todas las esperanzas puestas tras la derrota de los fascismos se han visto defraudadas, por la izquierda comunista (no se podía esperar demasiado de la URSS) y, lo que es peor, por las democracias occidentales. Y no solo en lo económico. Hemos asistido impasibles en estos años a masacres como las de Camboya o Ruanda. Los gobiernos del país más poderoso del mundo las han obviado y, en ocasiones, hasta las han alimentado. Fontana cataloga el horror y la falta de respeto a las libertades más básicas con una erudición de otro tiempo y una perspectiva abierta que hace que esta obra sea, sin duda, el libro del año.