La anarquía no se inventó ayer
Lunes 30 de mayo de 2011Como a otros columnistas de este diario, significadamente Miguel Olarte, el movimiento de “Democracia Real Ya” me provoca una curiosidad que raya en lo malsano. Sobre todo tengo un enorme deseo de saber cómo demonios van a realizarse cambalaches, componendas y funambulismos por parte de los principales partidos políticos para evitar ser devorados, antes o después, por un movimiento de indignación que no tiene visos de disolverse en las conciencias de aquellos que lo forman aún en el caso de que los acampados (ya sea en la Puerta del Sol o en los alrededores del templete de la Praza Maior) desaparezcan en unos pocos días.
Me atrae un movimiento cuyas reivindicaciones son esencialmente justas, que ha revivido el asamblearismo juvenil en este país, que ha robado protagonismo a las siempre aburridas (y retóricamente pobres) campañas electorales y que en su esencia (y aquí termina el panfleto) está sostenido por un par de libros: “Indignaos” de Stéphane Hessel para lo ideológico y el cómic “V de Vendetta” para la imaginería más básica, la de la careta que representa la cara de Guy Fawkes, un revolucionario católico inglés que intentó volar el Parlamento y que tuvo bastante menos suerte que el puritano Oliver Cromwell, que llegó a conseguir el pescuezo del rey Carlos I.
El movimiento tiene un punto de anarquía y la anarquía y la literatura siempre se han llevado bastante bien. Aunque otras novelas tengan mayor predicamento, creo que la pieza maestra de Conrad es “El agente secreto”, que trata sobre las vicisitudes de los anarquistas británicos a la hora de intentar volar el observatorio científico de Greenwich. Conrad también trató de emular al Turgueniev de “Padres e hijos” aunque su manía contra todo lo ruso lastra “Under western eyes”. Chesterton dejó una pieza maestra con “El hombre que fue Jueves” e incluso uno de los grandes teóricos del anarquismo, Piotr Kropotkin, escribió unas “Memorias de un revolucionario” que tienen un alto contenido lúdico y menos adoctrinamiento del que pudiera pensarse.
En España no hay demasiadas grandes obras que traten el anarquismo, pero precisamente acaba de editarse en la colección “Letras Hispánicas” de Cátedra (toda una garantía) “Aurora roja”, la mejor novela sobre el tema, debida al magín de Pío Baroja. Esta novela fue publicada en 1904 y, junto con “La busca” y “Mala hierba” conforma la trilogía de “La lucha por la vida”, centrada en el ascenso en la trayectoria vital de Manuel, aquí convertido en impresor de poca monta y frecuentador junto a su hermano Juan, verdadero protagonista de la obra, de los círculos anarquistas del Madrid del cambio de siglo.
He de admitirlo: no soporto la escritura de Baroja. Durante decenios los críticos han buscado artificios para hacer pasar sus despistes por algún tipo de voluntaria genialidad. Sé que esto no convierte a Baroja en mal novelista, pues es un maestro de la ficción y de la construcción episódica de la novela. Pero es de necios no reconocer que don Pío Baroja era un maestro del anacoluto y que resulta incómodo que sus editores tengan que utilizar los corchetes cada cinco páginas para disimular sus errores. Podemos sumar a estos errores lingüísticos una preocupante falta de profundidad a la hora de abordar el complejo tema de la anarquía (que podemos resumir, citando a V, en que conviene no confundir anarquía y caos, es decir, ausencia de autoridad con ausencia de orden)
Y a pesar de estas graves fallas es recomendable leer “Aurora roja”. Sus revolucionarios son mucho más humanos que los Ossipon o “El Profesor” de Conrad, tienen como modelos a Angiolillo, asesino de Cánovas, o Pallás. Hablan como la gente del pueblo y con la gente del pueblo (no conviene perderse la escena del verdugo). Son incoherentes e incluso necios, pero conscientes de que la miseria de ese Madrid debe dejar paso al progreso. De incoherentes también se acusa a los jóvenes actuales: ellos también son conscientes de que algo debe cambiar. Y por qué no empezar el cambio con la literatura.